Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de octubre de 2000.
Publicado en El Semanal Digital.
El artículo 18 de la Constitución de 1978 consagra entre los fundamentos de nuestra convivencia los derechos personalísimos al honor, la intimidad y a la propia imagen. Convertidos en preceptos constitucionales, estos derechos cuyo origen se remonta al menos al Derecho romano, son un requisito evidente de lo que llamamos vida civilizada.
Muchos defensores del totalitarismo han soñado mundos sin honor individual y colectivo, han diseñado falsos paraísos sin intimidad familiar, han elucubrado con tenebrosos falansterios en los que la imagen de cada uno quedaría difuminada ante la imagen omnipresente del Poder. Lo peor del mundo de Orwell, lo peor de la fallida utopía marxista, era precisamente que, además de anular la sociedad civil, trataba de destruir las personas y su dignidad. Pero ese totalitarismo, el totalitarismo de la negación de los derechos, ha fracasado y nunca volverá.
Los españoles somos ciudadanos libres y disfrutamos libremente de nuestros derechos. Cada uno de nosotros es dueño de su honor, de su intimidad personal, de su imagen, y de lo que con un neologismo de cuño anglosajón se ha dado en llamar «privacidad». En definitiva, lo que somos y sentimos en nuestro interior, lo que vivimos en nuestro hogar, nuestro pensamiento y nuestra imagen social, son nuestros y sólo nuestros. En tan alta estima tiene la Constitución estos principios que no podemos renunciar a disfrutarlos.
Pero hay nuevas amenazas para nuestra libertad. Mercaderes ávidos de rápidos beneficios prostituyen las libertades para convertir a las personas en objetos, para comerciar con sus vidas, con su dignidad, con su honor y con su privacidad. La llamada sociedad de la información es una oportunidad excepcional para la defensa, extensión y profundización de la cultura, pero también es una oportunidad comercial sin precedentes. Pero ¿qué se compra y qué se vende? En muchos casos, por desgracia, la dignidad de las personas.
Televisiones, revistas y redes de comunicación quieren contenidos fáciles y atractivos para los más, siempre rentables. Sería posible ofrecer productos de calidad que a la vez fuesen comerciales, pero hay quien prefiere simplemente especular con las pasiones del ser humano: conocer las bajezas e intimidades de los demás, exhibir las propias, se ha convertido en un vicio nacional. Un vicio que ha creado en pocos años una nueva subcultura, en la que prevalece lo soez, en la que nada es sagrado. Imitando a los personajes más conocidos del país, miles de ciudadanos pugnan por participar en concursos y concursillos, y en ellos revelar su vulgaridad.
Todo esto va contra la letra y el espíritu de la Constitución: si renunciamos a nuestros derechos, no podremos poner límite a esa renuncia, y caeremos en un nuevo totalitarismo. Pensemos en el gran hermano de Orwell: el Poder Totalitario necesitaba entonces grandes fuerzas represoras para violar la intimidad y anular la libertad. Hoy hay millones de españoles dispuestos a renunciar voluntariamente a ellas por un puñado de depreciados euros.
Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de octubre de 2000.
Publicado en El Semanal Digital.