La prueba del nueve

Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

Las matemáticas ya no se estudian como antes. La aritmética tradicional fue denostada por antipedagógica, y una generación entera de españoles aprendió las cuatro reglas a través de la teoría de los conjuntos, para desgracia de los niños daltónicos. Dios sabe cómo se aprende a multiplicar y dividir en las escuelas del siglo XXI.

Sin embargo, dos y dos son cuatro, ahora y antes de la reforma educativa. Y cuatro entre dos es dos; además, las maestras de antaño nos enseñaban la prueba del nueve para comprobar que una división estaba bien realizada. Al separatismo catalán le está pasando como a las divisiones: parece que le ha llegado la prueba del nueve.

Durante más de un siglo, se ha pregonado el «hecho diferencial» catalán; partiendo de una realidad cultural evidente, se ha creado una identidad colectiva nacionalista y se ha pretendido reivindicar una independencia sobre la base de que Cataluña era una nación y España no. La consecuencia lógica era afirmar que la identidad catalana no podía convivir en el Estado nacional español y que necesitaba otro marco, propio y autosuficiente, que garantizase sus tradiciones, su lengua, su folklore y todo aquello que hacía a aquella región «diferente». Hasta hoy, el nacionalismo catalán tiende a ese fin, que es coherente con su trayectoria.

En los últimos días, sin embargo, distinguidos nacionalistas catalanes están haciendo la prueba del nueve de su matemática divisoria. Marta Ferrusola primero y Heriberto Barrera después han afirmado que la inmigración africana pone en peligro la identidad cultural y religiosa de Cataluña, y que, en medio de todo, los charnegos inmigrantes eran bastante más asimilables que la oleada islámica que es tan evidente en las ciudades catalanas.

Al margen de la opinión que merezca la inmigración actual, es evidente que el nacionalismo catalán, y también el vasco, está ante una disyuntiva histórica. Cataluña y el País Vasco, incluso aceptando lo inaceptable (que sean naciones distintas de la española), tienen con España y con el resto de los españoles vínculos milenarios de naturaleza antropológica, cultural y religiosa. En el peor de los casos, un castellano o un gallego tienen con un ampurdanés muchas más cosas en común que un rifeño o un bubi. Y sucede algo más, que tanto el venerable señor Barrera como la señora de Pujol han reconocido: Cataluña (y en su caso, el País Vasco), carece de envergadura demográfica y política para dar una respuesta propia a un problema trascendental como éste.

Esta es la prueba del nueve de los separatismos españoles: incluso sin renunciar a ninguno de sus presupuestos, resulta que sólo en el seno de España pueden preservarse y florecer los rasgos esenciales de lo catalán, y de lo vasco. Sólo como españoles, y eventualmente como europeos, pueden darse respuestas modernas, eficaces y atrevidas a las grandes cuestiones del nuevo siglo. Por amor a Cataluña, por amor al País vasco, tal vez sea el momento de infundir a toda España el mismo amor por la identidad común, que bien podría eclipsarse en el curso de esta generación.

Si por el contrario, más por odio a España que por amor a lo vasco, o a lo catalán, alguien persiste en cerriles separatismos decimonónicos, sabremos algo con certeza: no sólo son enemigos de la nación española, sino también de Cataluña, y del País Vasco. Y el Gobierno del Partido Popular tendrá que actuar en consecuencia.

La señora Ferrusola y el señor Barrera saben sin duda que junto a las Ramblas funciona la populosa mezquita «Tariq ben Ziyad». Todos los padres de la Patria, o de las patrias, deberían tener bien presente el nombre de este musulmán, el caudillo de la expedición que desembarcó en 711, dando nombre a Gibraltar.

Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.