Descubrir el Mediterráneo

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

Durante la segunda mitad del siglo XX, las izquierdas europeas han disfrutado de una hegemonía cultural absoluta. Todos los políticos, escritores y pensadores, todos o casi todos los hombres públicos, se han reconocido «progresistas», y han asumido como ciertos los principios de la izquierda. Incluso los personajes naturalmente conservadores se han sometido a la dictadura de la «corrección política», un genuino pensamiento único que consistía precisamente en no pensar. Antonio Gramsci había vencido, y las derechas se refugiaron en la defensa de la libertad económica, dejando el resto de la vida social en manos de sus enemigos. Es mas: generaciones enteras han sido educadas en lo políticamente correcto, de modo que hoy es imposible distinguir a conservadores de progresistas, ya que todos los políticos tienen el mismo discurso.

La responsabilidad de esta renuncia colectiva a pensar es de muchos, de todos o casi todos los que la han sufrido y tolerado. Sin embargo, hay responsables de primera fila, los grandes budas de la cultura oficial, que durante décadas han definido lo correcto y lo incorrecto, colocando fuera de la ley a los disidentes e impidiendo que los ciudadanos tuviesen acceso a ideas heterodoxas. Esta moderna Inquisición, más intolerante y cruel que la primera, sigue existiendo.

Sin embargo, ante los problemas del presente, que la cultura oficial no consigue entender ni menos solucionar, la dictadura progresista se resquebraja. Uno de los grandes sátrapas de la sociología y la politología, el italiano Giovanni Sartori, ha creado con su último libro una polémica internacional. Sartori es un hombre de inmenso prestigio, lúcido y brillante, que se había convertido en uno de los grandes apóstoles de las verdades reveladas del progresismo, y que tal vez gracias a eso es universalmente conocido.

Acaba de aparecer en España su libro La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros (Taurus, 2001), cuya primera edición italiana, en 2000, dividió al país hermano. Frente a la verdad oficial de una inmigración siempre necesaria y positiva, Sartori plantea las raíces y las consecuencias de un fenómeno de masas que los países europeos se niegan a ver como un problema. Por sus opiniones, por su descubrimiento algo tardío pero esperanzador del Mediterráneo, este catedrático ha sido excomulgado por los progresistas de izquierdas y derechas.

Ante todo, para Sartori, no todas las inmigraciones son iguales; si por definición el inmigrante es diferente, y no pertenece al lugar de llegada, hay que distinguir «extrañezas» superables y asumibles (las diferencias de lengua y costumbres, evidentes incluso entre europeos) de las radicales e insuperables, como serían las diferencias religiosas y étnicas. Para este autor, la integración del inmigrante no es la panacea de todos los males, pues en muchos casos no es querida por ninguna de las dos comunidades (los recién llegados y el país de acogida), y en muchos otros es radicalmente imposible, incluso con la mejor voluntad.

Con estas afirmaciones, Sartori entra de lleno en lo políticamente incorrecto, ya que la verdad oficial consiste en la inevitabilidad de la inmigración, en la necesidad de la integración a cualquier precio, y en la culpabilidad colectiva de los europeos que instintivamente no aceptan el proceso. Europa, para Sartori, está asediada, recibe una oleada creciente y no pedida de nuevos habitantes, no todos ellos trabajadores, mientras que no es objetivamente cierto que los necesite: aún hoy, con datos sociológicos en la mano, Europa tiene un exceso de mano de obra propia, hay europeos en paro.

Para Sartori, la clave está en la falacia de la integración: se integra en la comunidad de llegada quien quiere y puede, y las distancias a veces son insalvables incluso con los mejores deseos. La cultura oficial de la integración supone que todo se soluciona con la concesión de permisos de trabajo y ciudadanías: pero en el escenario planteado por Sartori ése es el posible origen de catástrofes futuras, ya que regalar todos los derechos, empezando por el de entrada, a personas que no quieren ni pueden asumir las obligaciones correspondientes dará lugar a conflictos inimaginables, sobre todo si los dogmas progresistas que él critica ahora imponen el asentamiento de entre un diez y un treinta por ciento de inmigrantes no europeos en este Continente.

Sartori ha demostrado con coraje que se pueden romper tabúes progresistas; los políticos deberían ahora tomar decisiones, con el mismo valor y pensando más en las generaciones futuras que en su miedo a la verdad.

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.