Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
Jaime Mayor Oreja acertó en 1999 cuando definió la «tregua» declarada por ETA una trampa. Aquella trampa para elefantes, en la que cayeron quienes no podían por menos que caer, relanzó la campaña independentista y permitió un avance electoral del nacionalismo vasco, además de explicar el renovado vigor militar de los terroristas cuando decidieron volver a matar.
En los últimos días se ha hablado de una petición posible de tregua definitiva, elevada por el PNV y EA a ETA en Francia. ¿Intereses electorales? Probablemente. ¿Una nueva trampa? Con seguridad. La cosa es evidente: el nacionalismo crece en las urnas si ETA no mata, aunque el nacionalismo subsiste y mantiene su unidad entre otras cosas porque ETA sigue existiendo. Una adecuada combinación de terror y treguas conviene al separatismo en general y al PNV en particular, que se revela sin disimulo como parte de un diseño político que incluya a etarras y batasunos.
Los hechos prueban esto: los secuaces de Arzallus saben que el nacionalismo triunfará sólo si está unido, y que morirá si la aparente división se hace real. Aún hoy, la política vasca se divide entre los que circulan libremente por las calles (nacionalistas de todas las tendencias) y los que se exponen a morir por defender sus ideas (los llamados «no-nacionalistas»). Jamás las críticas peneuvistas a EH y a ETA van demasiado lejos; y por otro lado ETA nunca mata voluntariamente a sus «hermanos mayores».
Se ha visto cómo la tregua de ETA benefició a la misma ETA; se ha recordado mucho menos cómo todos los partidos separatistas se beneficiaron de aquella situación, en términos electorales y en términos estratégicos. Aquella tregua fue una útil trampa, y su utilidad se vio paradójicamente reforzada por el fin de la tregua misma: ETA buscó demostrar que sólo la victoria nacionalista puede terminar con la violencia en el País Vasco.
El resultado final de la tregua tuvo un vencedor moral, el ex-ministro Mayor Oreja que había previsto su resultado; y unos perdedores en la sombra, que fueron todos los que, desde el PP y desde el PSOE estuvieron dispuestos a negociar con los asesinos. En los pasillos del Poder se especuló abiertamente con la posibilidad de hacer grandes concesiones a ETA, a través del PNV, para lograr la paz. La cosa era imposible porque ETA no quería una paz en la que no se alcanzase la secesión; pero es de temer que la misma tentación laxista, entreguista, surja en Madrid en cuanto ETA anuncie una nueva tregua, y más si es indefinida.
Aprendamos de la historia, de la cercana y de la lejana. ETA sólo puede desaparecer o aplastada por la fuerza del Estado de Derecho o convertida en Gobierno de un tenebroso estado vasco. En su óptica, la negociación con Madrid sólo puede llevar hacia la soberanía, y si alguien en los partidos nacionales tiene la peregrina idea de volver a negociar con ETA se encontrará con una petición clara: independencia o más guerra. Como la independencia es innegociable para cualquier gobernante democrático, sería mucho más conveniente que estos rumores de tregua ni siquiera se publicasen en la prensa: algún aprendiz de brujo podría tener la idea de cimentar su carrera política sobre los cadáveres de tantos hombres de bien.
Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de marzo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.