Revolución en Italia

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de mayo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

El muro de Berlín dividía Italia tanto o más que Alemania. Hasta finales de la década de 1980 el Partido Comunista hipotecaba la política subalpina, condicionando con su fuerza, que nunca podía ser de gobierno, las sucesivas coaliciones. desde 1948, la Democracia Cristiana gobernó, sola o con partidos menores de centro e izquierda. Aparentemente, Italia era una democracia occidental al uso, con dos salvedades: el segundo gran partido no podía gobernar nunca, pues Italia era un miembro actvo de la OTAN, y el único partido de alguna manera derechista, el neofascista Movimiento Social Italiano, tampoco podía gobernar, pese a alcanzar en ocasiones el 10% de los votos, porque el único punto de referencia de la República era el antifascismo.

En realidad, la cosa era más complicada: Italia era una cleptocracia, en la que más de un millón de personas vivía de los partidos políticos, y los partidos vivían de la corrupción y del uso ilegal del dinero público. Incluso los comunistas (aunque no los fascistas) tenían su cuota proporcional de latrocinio, y nadie se quejaba. Bueno, la gente, los contribuyentes, los sufridos ciudadanos sí se lamentaban de los pésimos servicios públicos, de la desvergüenza mafiosa de los políticos y de la absurda ineficacia estatal (más de 30.000 leyes en vigor, en buena parte nunca aplicadas). Pero no parecía haber solución, y en definitiva los buenos ciudadanos volvían a votar a los partidos de este sistema enloquecido porque tenían miedo al comunismo. Y el país, como prueba de su enorme vitalidad, se hizo rico y fuerte, pese y no gracias a sus representantes.

Con el fin del comunismo terminó todo. Una nueva generación se cansó de tanta ineptitud, y votó movimientos radicales alternativos, como el regionalismo septentrional. Por un momento, pareció, en 1993, que sólo los neofascistas y los comunistas sobrevivirían a la oleada de escándalos; y también los comunistas sucumbieron. En este contexto, berlusconi pasó de la empresa a la política, tal vez por razones económicas, pero sin duda con gran éxito. Una gran derecha, coalición heterogénea unida por el anticomunismo, venció inesperadamente en 1994 las elecciones, y Berlusconi, presidente del Gobierno, llevó a fascistas y federalistas al poder.

La vieja clase política, los poderes mediáticos y económicos, se revolvieron contra él. Naturalemnte que Berlusconi era un empresario, por lo tanto un hombre poco limpio en aquella Italia, pero curiosamente se le demonizó y finalmente se le expulsó del poder para perpetuar en lo posible la oligarquía preexistente, a la que se le acusaba de pertenecer. Las logias, la FIAT, los bienpensantes, derrotaron a Berlusconi en 1995 – 1996, porque tras Berlusconi avanzaba una nueva Italia, contradictoria y aún borrosa, pero sin duda más limpia, eficaz y popular.

De Silvio Berlusconi puede decirse con justicia que es un liberal, un mundialista y un capitalista, un peligro para el medio ambiente y un heraldo de cierto americanismo, como ha denunciado valerosamente Marco Tarchi. En ese sentido se separa algo del naciente populismo europeo. Pero el programa de gobierno de su coalición, y la misma composición de ésta, en las elecciones de 2001, son elementos para una nueva esperanza italiana. El nuevo gobierno es más que un hombre, y no faltan en su entorno poderosos recuerdos de qué es aquella nación y de cuáles han de ser sus destinos en el mundo. Si ha de haber una Italia en el siglo XXI, a los italianos les gusta que empiece por Berlusconi, el aliado de José María Aznar, el amigo de España; un hombre que va a dar que hablar y que nos va a sorprender aún más.

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de mayo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.