Quo vadis, Zapatero?

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de mayo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

José María Aznar ha superado ya la marca de Felipe González: ha asistido a los funerales políticos de tres líderes del principal partido de la oposición. El propio Felipe González, José Borrell y Joaquín Almunia han sido víctimas de su propio engreimiento y del consenso amplio, motivado y creciente que rodea al Partido Popular. El cuarto de la fila es José Luis Rodríguez Zapatero, y puede pensarse que no será el último.

El no-tan-joven secretario general socialista reina pero no gobierna en un partido paquidérmico y demasiado acostumbrado a las bicocas del poder. Los caciques autonómicos lo dejan en ridículo, los grupos internos de presión lo ignoran, los poderes fácticos lo tienen por simple solución provisional. Pasada la euforia inicial, su imagen y sus expectativas electorales se desinflan, y el socialismo aparece más dividido que nunca, más contradictorio que nunca, y más incapaz que nunca de arrebatar el poder al Partido Popular, salvo que éste cometa errores de bulto, olvide sus compromisos públicos o trate de cambiar los valores inscritos en su código genético.

Sólo en un aspecto ha acertado sin matices Zapatero: la firma del Pacto por las Libertades con Aznar y casi todas las fuerzas sociales no sólo devolvió al PSOE el sentido de la realidad y del Estado, sino que, permitiendo la hábil campaña de Nicolás Redondo y de la mayoría del socialismo vasco, ha impedido un desplome electoral en aquella región, consiguiendo incluso que los electores olviden décadas de chalaneos y pactos con el PNV, en los que los socialistas sólo obtuvieron algunas migajas a cambio de permitir la «construcción nacional» sabiniana.

Incluso eso está en peligro. Javier Arzalluz, un hombre indeseable pero generalmente bien informado, ha dicho que la lealtad de los socialistas a un pacto tiene fecha de caducidad, «como el yogur». Las insinuaciones del PNV al PSOE son evidentes. La tentación socialista de abandonar el camino iniciado, de dejar solo al PP, está ahí, y tanto Redondo en el País Vasco como Zapatero en Ferraz deben decidir. Son muchos los intereses tribales y económicos para que el PSOE se someta de nuevo a los dictados del PNV (y atención, pues hay voces que proponen lo mismo para el PP vasco). La elección es muy clara, entre un bien (la defensa de España, de la Constitución y de la tradición socialista), y un mal (la claudicación vergonzante, en beneficio exclusivo de políticos de cortos vuelos, de aves de rapiña y del nacional-terrorismo vasquista).

El pasado es un lastre insoportable para el socialismo español. Por la presencia constante de dirigentes derrotados y desprestigiados, por la falta de auténtico relevo generacional, por la patrimonialización neurótica de los cargos públicos, y por la negativa a aceptar la alternancia, el PSOE corre el riesgo de convertirse en una fuerza nostálgica y reaccionaria.

El problema del PSOE se resume en una persona: Felipe González. El hombre y el sistema corrupto que lo mantuvo en el poder tantos años se resisten al inexorable eclipse. González cree que Aznar le robó con malas artes «su» puesto en la Moncloa, y es capaz de arrastrar a su partido y al país entero en la venganza. Todo es poco: de este hombre hay que esperar cualquier concesión a los separatistas, cualquier exabrupto público o privado, cualquier baja maniobra que pueda restablecer el orden cósmico para él alterado en 1996. Aunque al ilustre jubilado le cueste aceptarlo, él no es ya secretario general del PSOE, ni líder de la oposición, ni depositario de la voluntad popular. Bien haría Zapatero en recordárselo, por su interés personal, por bien del partido y por bien de España.

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de mayo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.