Ibarreche: la hora de decidir

Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de mayo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

La situación política vasca está abierta. Dudas, indecisiones y potenciales divisiones recorren casi todos los partidos. Euskal Herritarrok se enfrenta a la corriente Aralar, que propone renunciar a la violencia por su escasa eficacia, ya que no por su repugnancia absoluta. ELA y LAB, hasta ayer hermanados contra España, parecen a punto de dividir sus caminos sindicales. El PSOE vacila, entre el láguido y súcube enamoramiento nacionalista de los Elorza y la respuesta viril de los Redondo y Díez. Hasta podría haber dudas en algunos sectores del PP, aunque más bien en Génova que en el propio País Vasco.

Pero la gran elección es la del PNV. El PNV de los Egibar y Arzallus quiere la independencia, preferiblemente via Estella. El PNV de los Atucha y Ardanza no se niega a la autodeterminación, pero valora en algo el Estatuto y en mucho los peligros del noviazgo con ETA. Ciertamente el PNV y EA tienen mayoría parlamentaria para gobernar, e Ibarreche será presidente del gobierno. Queda por ver qué presidencia será la suya.

Ibarreche tiene plena legitimidad para dirigir las instituciones autonómicas; no la tiene, y nunca podrá adquirirla, para destruir esas instituciones en aras a la «construcción nacional». Si su coalición tiene varias «almas» contrapuestas, él podrá ser estímulo de unidad y de sensatez, o causa de radicalismo y división. Arzallus tiene poder de hecho sobre ese mundo, pero en Derecho es Ibarreche el gobernante, hasta que la voluntad popular o la ruptura de la legalidad impongan otra cosa.

Y hay cosas que deben cambiar. Iñaki Anasagasti ha dicho recientemente, con el apoyo de su partido, que las organizaciones sociales antietarras son el producto de los fondos reservados. Las víctimas así son acusadas a la par que los verdugos, o más aún que éstos, en un juego de inultantes mentiras. Ibarreche tiene la obligación institucional de evitar que en futuro haya más víctimas, pero por de pronto no puede negarse a señalar a los verdugos, en todos los terrenos. A menos que esté dispuesto a ser uno de ellos.

Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de mayo de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.