Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de junio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
José María Aznar y los representantes de los otros catorce países de la Unión Europea han logrado lo que parecía imposible: se respetará el calendario previsto, y algunos de los países candidatos serán miembros de pleno en 2004, a tiempo para participar en las próximas elecciones europeas. Una buena noticia sin duda, tanto más cuando nadie la creía posible. Por distintas razones, Francia y Alemania, los socios más reticentes, han dado su brazo a torcer.
Tal vez sea ésta la noticia de una semana cargada de acontecimientos internacionales; parece como si la visita de George Bush II hubiese despertado la adormilada diplomacia europea. Bush entró en el continente por España, aliado ahora fidelísimo de la superpotencia. Viró luego hacia Bruselas, donde la OTAN sigue sin tener claro su papel en el siglo XXI, ante la falta de enemigos evidentes de su talla, pero donde de cualquier forma se decidió una ampliación oriental que llega hasta las fronteras de Rusia, la gran excluida. Viajó después el presidente a Gotemburgo, y asistió al poco edificante espectáculo de una Unión Europea que ni sabe definir su misión ni quiere aceptar las lógicas reticencias democráticas de los pueblos y los Estados asociados. En Eslovenia Bush conoció a Vladimir Putin, el hombre de las 5.000 cabezas atómicas, presidente de una Rusia que tiene aún el vigor que falta a la lánguida Europa occidental pero que carece de la riqueza de ésta. Y la visita imperial ha terminado en Roma, donde Bush se ha entrevistado con Silvio Berlusconi, gobernante del otro gran aliado americano en Europa, y con Juan Pablo II, el único poder espiritual europeo universalmente reconocido. Bush ha hecho muchas cosas en muy pocos días.
Mientras tanto, el consejo de administración europeo no sabía muy bien que hacer. Para llegar a la decisión lógica de proseguir con la ampliación se ha pasado por encima de la voluntad de Irlanda, que ha invalidado el tratado de Niza, y por encima de los intereses expresados por los presidentes Schröder y Chirac. Los mandatarios europeos no han escuchado la voz del pueblo irlandés, y la ampliación se hará por las buenas o por las malas, aunque sin renegar de las habituales componendas europeas. Se dice, y es cierto, que no sabemos hacia qué Europa vamos, si la de Jospin -Europa de los Estados nacionales, Europa poco convencida de la expansión oriental, Europa escasamente integrada en lo militar y lo diplomático- o la alemana -Europa regional, Europa que coloniza los países de Europa central y oriental, Europa atlántica de vocación-. Se dice, y no es menos cierto, que en una semana el «no» irlandés se ha olvidado con sospechosa rapidez.
No se dice, en cambio, qué razones íntimas tuvo ese «no», y qué alternativas más profundas subyacían a la decisión de Gotemburgo. Si nuestros gobernantes quieren una Europa elitista, club de Estados ricos y privilegiados, una Europa centrada en la prosperidad, obsesionada con la economía, amarrada a la picota mensual del IPC, nadie puede criticar la decisión irlandesa. Para asegurar a corto plazo la opulencia, es mejor que no haya más socios que los actuales 15; incluso podríamos expulsar algún réprobo. Si se nos sigue diciendo que Europa es un mercado, que es la garantía del bienestar, que es el camino hacia una sociedad de tipo estadounidense, es razonable que el pueblo, ayer en Irlanda, mañana tal vez en Austria, se niegue a abrir las puertas de ese paraíso a pueblos jóvenes y pobres como son los del Este. Ahora bien, si alguna vez nos atrevemos a pensar en otra Europa, una Europa unida por vínculos políticos, culturales y espirituales antes que por frías cifras y ruines consideraciones de mercado, entonces podremos explicar a la gente qué razones hay para una Europa unida desde España hasta Rusia. Si la visita de George Bush y las protestas callejeras de Gotemburgo -ora chabacanas, ora delictivas, siempre paradójicamente mundialistas, aunque sea del periclitado mundialismo soviético- han servido para ponernos en el camino de esta reflexión, que sea en hora buena. De momento, alegrémonos del milagro, y pensemos que pese a todo Europa, la única Europa, será un poco más grande en 2004.
Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de junio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.