Por Pascual Tamburri Bariain, 20 de junio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
2001 no está siendo un buen año para la agricultura española, como no lo fue 2000. A todos los problemas ya conocidos se añade la peste porcina clásica, que afecta directamente a tres provincias por el momento, pero que indirectamente pende sobre Valencia, Cataluña, Aragón, las dos Castillas, Madrid, Andalucía y Extremadura. Casi toda nuestra cabaña porcina está amenazada de inmovilización, vacuna y, en el peor de los casos, sacrificio.
El virus de la peste porcina es de fácil transmisión, por contacto y por consumo de alimentos de origen cárnico. Tanto la vía aerobia como las secreciones, la reproducción y la cadena alimentaria permiten la propagación de la plaga, de modo que cunde el pánico entre los ganaderos. 30.000 cerdos han sido sacrificados ya, se está prohibiendo la circulación de animales salvo con destino a mataderos y al menos tres países (entre ellos ¡Panamá!) han prohibido las importaciones de porcino español.
Desde 1997, tras la peste porcina africana, la ganadería se había recuperado lentamente de su crisis. Las anteriores epidemias modificaron la estructura productiva del sector, eliminando explotaciones y granjas de pequeño tamaño y favoreciendo la concentración e industrialización. El sector del cerdo español (en especial los cerdos de capa blanca, la gran mayoría) es plenamente competitivo en los mercados internacionales, y aunque España importa carne suina una cuota creciente del propio mercado nacional está ya en manos de grandes compañías extranjeras del ramo.
La crisis de las vacas locas y la fiebre aftosa hizo aumentar el consumo y los precios del porcino. La renta agraria, hundida por el vacuno, los cereales y los productos hortícolas, había encontrado en los últimos meses una esperanza en el porcino. Esas esperanzas, y con ellas las posibilidades de supervivencia de muchas familias y de bastantes pueblos, se desvanecen ahora, porque la epidemia no ha hecho más que empezar.
La circulación transnacional de lechones, embriones y semen, la masificación industrial de la producción y la desaparición de la ganadería tradicional han permitido en la última década el abaratamiento del producto final y su competitividad. Ahora todo eso se vuelve contra el ganadero: en un mercado globalizado es imposible atajar la epidemia de un día para otro, y las repercusiones en el consumo y en el precio son inmediatas. En las próximas semanas van a peligrar los avances logrados en décadas de esfuerzos.
Por Pascual Tamburri Bariain, 20 de junio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.