Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de junio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
José María Aznar ha tenido su debate sobre el estado de la Nación, el quinto como Presidente del Gobierno. Derrotó a González primero, a Borrell después, a Almunia más tarde, y la verdad es que José Luis Rodríguez Zapatero aún tiene que aprender un par de cosas. No ha sido humillado como en su momento José Borrell, pero al no-tan-joven líder de la oposición aún le queda mucho camino hasta la Moncloa, si es que llega.
España va bien, diríamos. Más o menos bien, según Aznar, que ha pasado de puntillas sobre los asuntos más espinosos; francamente mal, según las minorías parlamentarias no afines al Gobierno. Conocemos ahora la opinión de los políticos, todos sonrientes, aunque haya que hacer de tripas corazón. Pero no sabemos realmente qué piensa la gente de lo que se dijo en la Carrera de San Jerónimo. Por una parte, las encuestas colocan a una mayoría con Aznar; pero por otro son precisamente los temas que Aznar ha tratado de evitar los que más preocupan al pueblo.
Ante todo, el separatismo. Han hecho decir a Aznar, y es el nuevo discurso políticamente correcto, que «el terrorismo es el conflicto». Esto es algo diferente a lo que Jaime Mayor Oreja ha venido diciendo, y contrario a lo que creen los hombres y mujeres del PP, a ambos lados del Ebro: el terrorismo es sólo una de las caras del nacionalismo. La implacable defensa de la unidad nacional, que es rentable en términos electorales, es además una obligación moral, porque nadie fuera de Aznar y su partido quiere asumir la tarea. Habrá ocasión de demostrarlo en la financiación autonómica, especialmente cuando se trate del privilegiado Concierto vasco. Ninguna negociación puede subvertir la democracia ni cuestionar que España existe.
Después, no lo olvidemos, la inmigración. Mientras Aznar hablaba, entraban en España más de mil ilegales: ellos, sin saberlo, muestran que algo no va bien en nuestra legislación. Violar la ley vigente parece ser fácil y hasta atractivo, y se nota mucho que los señores ministros no viven en barrios populares, compartiendo escalera con los cientos de miles de legales e ilegales que nos honran con su presencia. Cuando se comete un error hay que reconocerlo antes de que se convierta en una derrota, por muchas pías consideraciones que los grandes empresarios y los residuos del marxismo aduzcan frente al sentir popular y frente a las promesas electorales del PP.
Y para qué hablar, precisamente, de la situación económica. España crece, cómo no, pero la economía especulativa va por delante de la real, y muchas cosas penden de un hilo, empezando por millones de empleos. Hay bienestar, pero ese bienestar no es sólido, como demuestra la altísima eventualidad laboral y la bajísima natalidad de las parejas jóvenes. Votantes masivamente del PP, por cierto, y no del PSOE.
La verdad es que Aznar ganó, y convenció bastante bien, pero que el debate ha dejado a sus votantes mal sabor de boca. Si uno vota a un partido que se compromete a acabar con la corrupción, no es agradable que dos hombres biológicamente ajenos al mejor PP – Piqué y Matas – sigan siendo ministros. Si uno vota a un partido que promete ley y orden, no puede sentirse bien en un país lleno de inmigrantes indocumentados y en medios de un caos legislativo y policial. Si uno vota al partido que garantiza la unidad nacional, aterraría entrever la mínima sombra de duda en la política democrática antiseparatista, tan loable en los últimos meses. Si Aznar quiere ser fiel a sí mismo, debe hacer que antes de las vacaciones los responsables de estos problemas innecesarios acompañen a Zapatero y a Llamazares en el triste vagón de los derrotados.
Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de junio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.