Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de julio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
Los gobernantes de los ocho países más ricos y poderosos del mundo se han reunido en Génova durante tres tormentosas jornadas. Una iniciativa diplomática, nacida para coordinar esfuerzos entre las grandes potencias capitalistas, se ha convertido con el paso de las décadas en un espectáculo mediático y en un acontecimiento de masas. Las cumbres anuales de Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña, Canadá y más recientemente Rusia tienen un contenido político y económico evidente, resaltado por el proceso de globalización comercial y cultural; además, los enemigos de esta globalización, de muy variado signo, aprovechan la ocasión para exponer ante el mundo sus argumentos y sus propuestas alternativas.
No cabe duda de que los países reunidos en Génova son la mayor concentración de riqueza, poder e influencia posible hoy en la Tierra. Tampoco hay que negar que este directorio de grandes potencias tiene un poco de símbolo y un mucho de nostalgia: con la excepción del Canadá, al fin y al cabo anglo-franco-americano, las potencias de Génova son en 2001 las mismas que dirigían el mundo hace un siglo. ¿Hasta qué punto ciertas decisiones de interés general pueden tomarse sin China, o sin India, o sin tener en cuenta de verdad a la Unión Europea como tal, o sin ninguna potencia islámica? Es evidente que las decisiones básicas no pueden tomarse en las inoperantes Naciones Unidas, pero no es menos cierto que nadie ha autorizado a aquellos ocho hombres de estado a representar a la humanidad. Más aún, no es nada seguro que la humanidad quiera o deba tener sobre sí este Gobierno mundial, no democrático, ni que la ideología materialistas e igualitaristas de la globalización capitalista sea la preferida o la adecuada para más de 5000 millones de personas.
El problema es, en principio, la economía. Un poeta norteamericano que vivió sus años más brillantes en Rapallo, a pocos quilómetros de Génova, escribió que no se puede tener una buena economía con una mala ética. Hoy existen dos tipos de naciones: las que controlan sus propias haciendas y las que están sujetas a tutela. Pues bien, ninguno de los reunidos en Génova es verdaderamente libre e independiente en este sentido, a causa precisamente de la utopía globalista que comparten, y que no ha hecho a los hombres ni más ricos ni más felices.
Y también hay cuestiones políticas de fondo. En 1960, una violenta movilización sindical y terrorista, precisamente en Génova, derribó el único gobierno italiano de centroderecha que ha tenido el país entre 1945 y 1994. La izquierda troglodita, el paleomarxismo montaraz y sus ocasionales compañeros de viaje han querido repetir la dudosa hazaña, colocando contra las cuerdas a la derecha italiana y a sus aliados internacionales. Para hacerlo, han expuesto a sus huestes a la muerte, y no les ha servido de nada.
¿Qué decir de la oposición a los proyectos globalizadores? El falso debate mediático no se ha establecido entre los partidarios y los opositores de la «globalización», sino entre los defensores de diferentes tipos de mundialismo uniformador. Se puede, y se debe, combatir la globalización que concentra la riqueza en poquísimas manos, que deja estériles los campos y seca los ríos, que borra las fronteras y aplasta las culturas, que humilla a los hombres y reduce la vida a cifras macroeconómicas. Los ridículos manifestantes de Génova, salvo excepciones que hayan permanecido al margen del escenario mediático, no piensan en eso. Ellos son los huérfanos de otras ideologías, igualmente antihumanas, igualmente globalizadoras, y en ellos no podemos buscar las soluciones a los problemas creados por el capitalismo global. Irrita ver como ciertos hombres de Estado y de Iglesia tratan de calmar sus malas conciencias haciendo concesiones absurdas a esa masa desaforada y a esas minorías criminales, junto a las que nada bueno puede hacerse. Para oponerse a la globalización hay que conocer en detalle sus metas y sus principios, y hay que sostener un sistema de valores diferente, respetuoso con la realidad y con la dignidad de nuestros pueblos.
Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de julio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.