Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de julio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
Dios no ha sido generoso con nuestro Ministro de Agricultura. Su mandato, que de partida coincidía con la completa europeización de las políticas agrícolas y con el corte radical de las subvenciones y ayudas, con vistas a la ampliación de la U.E. hacia el Este, ha sido más funesto que lo esperado. Los escándalos han salpicado casi todos los sectores productivos bajo su dependencia, y se han puesto en cuestión los modos de producción, la filosofía global del campo español y la viabilidad futura del mundo rural, al menos en un 90% del territorio nacional.
Pero la Providencia fue realmente dura con Celia Villalobos. Celia, la pobre, nunca debió llegar al Ministerio. No nació para esto, qué le vamos a hacer, pues sus indudables cualidades van en muchas otras direcciones. No vale, desde luego, para gestionar la salud de los españoles en 2001. Con ella llegó la telemanía al poder: la Ministro ha demostrado ser capaz de todo con tal de lograr espacio en la Prensa y la televisión, que evidentemente identifica con su visibilidad política. La buena señora se hace notar, y cómo. Nada sabe de sanidad, todo lo ignora sobre consumo, pero no se avergüenza de ello. Habla, habla, habla de todo lo que ignora, alarmando a los consumidores, arruinando a los agricultores y -suponemos- preocupando a José María Aznar, que la mantiene en posición de hacer daño permanentemente al Gobierno.
Pero el Partido Popular tiene más cosas que qué preocuparse, aparte de los alardes mediáticos de la Ministro abortista. Bien podemos estar ante la última generación de campesinos españoles, y las razones son bien sencillas: arruinados por la modernización los modos tradicionales de cultivar los campos y de criar el ganado, la agricultura se ha industrializado. Fruto de esa industrialización es la abundancia de productos alimenticios a bajísimo precio, pero también un descenso radical de la calidad. Los españoles gastan en alimentación hoy menos que hace 40 años, y el nivel de vida de los pueblos no ha crecido como el de las ciudades. El estilo vital de la Europa capitalista presupone la esa regalada abundancia de alimentos, hecha posible por el esfuerzo de los agricultores. Ese esfuerzo ha sido apoyado por los avances técnicos; sólo que esos avances técnicos hacen inviable la agricultura de casi toda España, y a la vez ponen en peligro la salud de los españoles.
Se ha querido enfrentar a productores y consumidores, y esa culpa recae en buena parte en la señora Villalobos. ¿Se imaginan ustedes a la Ministro ordeñando vacas o trabajando los campos para ganarse la vida? En realidad, el campesino y el ciudadano que compra sus productos son aliados: a ninguno de los dos le interesa que se siga avanzando en el camino suicida de cambio agrícola. Llegan a las ciudades ahora las consecuencias de la modernización sin alma: enfermedades, epidemias, inquietud. Pero su primera víctima fueron los campos, abandonados, desertificados, sobreexplotados, despreciados. Si los españoles descubren y recompensan el valor de la vida rural y el mérito de ese sacrificado ejército de trabajadores que los alimenta, se evitarán nuevos males.
Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de julio de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.