La América real

Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de septiembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

Ahora todos lo sabemos: Estados Unidos ha sufrido un ataque terrorista masivo en su territorio metropolitano. Si consideramos el último siglo de historia, en el que se ha edificado el imperio americano, tras vencer en dos guerras mundiales y en una guerra que insistimos en llamar «fría», es la primera vez que los Estados Unidos tienen que contar bajas civiles en un acto de guerra exterior. Son las consecuencias no deseadas del imperio, lo que bien podríamos llamar «el fardo de la globalización»: Los Estados Unidos se presentan como líder y prototipo de la única civilización posible, un modelo que no cabe rechazar de un nuevo ciclo histórico, en el que las diferencias y las identidades son consideradas sospechosas.

Hay muchos enemigos de los Estados Unidos repartidos por el mundo, culpables o no de este atentado. En general, se trata de gente que no acepta la Pax Americana ni la imposición global del estilo de vida capitalista. Y hay muchos candidatos a pagar las culpas; lo que no se duda es que la globalización ha creado víctimas, y que alguna de ellas ha asesinado a miles de ciudadanos.

Sin embargo, se comete muy a menudo el error, tanto en los partidarios como entre los detractores de la globalización, de identificarla lisa y llanamente con el pueblo norteamericano. Bien, es cierto que los dirigentes del país han puesto a la superpotencia a la cabeza del proyecto de Nuevo Orden Mundial; pero no es menos cierto que América es mucho más que esas decenas de miles de personas que estimulan y aprovechan los grandes cambios de nuestro tiempo, o que esos millones de yanquis urbanos que ya viven en todo y por todo conforme a las reglas de un mundo que desean «globalizado». Es la América de Woody Allen. Pero no toda América es así.

La imágenes de los atentados hablan por sí mismas: los efectivos de la Guardia Nacional, del Ejército, de la Policía y de los bomberos que se han sacrificado, y han muerto a cientos heroicamente, no eran políticamente correctos. Eran hombres de la América profunda, sin atender a cuotas étnicas, a acciones afirmativas ni a otras zarandajas por el estilo. Es la América de John Wayne. Con seguridad han sido pospuestos en sus carreras para beneficiar a colegas mejor situados en lo política, sexual, racial o religiosamente correcto: pero allí estaban. También estaban entre los donantes – mineros y granjeros – que enviaron su sangre desde el deprimido Medio Oeste. Y estarán sin duda entre los militares que ejecuten la respuesta armada que el presidente Bush decida.

América no es el World Trade Center ni el Pentágono. Hay una América sólida, ejemplar, cristiana y muy cercana a sus raíces europeas. La América que paga y calla, que pone el esfuerzo mientras que otros obtienen el beneficio. Hay una América que nada ha hecho para recibir este brutal ataque, que en nada se beneficia de la globalización, y que hace las guerras que otros provocan. La América cosmopolita y urbana, la América de la economía especulativa y de las empresas sin alma, existe e impera; pero no es toda América. Y en la hora decisiva, cuando se precisan de verdad hombres fuertes y capaces, la América globalizada y globalizadora tiene que recurrir a la primera y mayor de sus víctimas: la admirable América real.

Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de septiembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.