Las consecuencias de la envidia

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de septiembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

De los siete pecados capitales, tradicionalmente se atribuye a España la primacía en la envidia. De la envidia y sus consecuencias como vicio nacional han escrito nuestros mejores pensadores, desde Gracián hasta Fernández de la Mora. Es bien sabido que la envidia tiene una consecuencia hasta cierto punto positiva, la emulación, y una larga serie de efectos perversos y hasta cruentos, demasiado evidentes en los últimos tres siglos de luchas sociales al sur de los Pirineos.

¿Sentían envidia Antonio Camacho y sus socios cuando planearon y ejecutaron los chanchullos de Gescartera? ¿Envidiaban los éxitos patrimoniales de los grandes corruptos socialistas? Gescartera, en su conjunto, parece un recuerdo del pasado, un intento tardío por apuntarse al funesto carro del «enriqueceos» de Solchaga y de Boyer. ¿Quería ser Gescartera un pozo sin fondo como las cuentas suizas del PSOE y de sus gentes? ¿Hay todavía en España una clase política que considera deseable el beneficio privado a cargo de recursos y puestos públicos?

La comparación es inevitable. José María Aznar llegó al poder, en buena medida, gracias a su denuncia del latrocinio socialista, convertido en forma de gobierno. España era una cleptocracia, y debía dejar de serlo. El pueblo español votó al PP para eso, y ahora descubre que en el PP, o cerca del PP, también hay irregularidades y delitos.

La verdad es que la indignación no debe cegarnos: Gescartera, pese a todo lo que sabemos, y pese a todo lo que vamos a saber en los próximos meses, tiene poco que ver con los peores escándalos socialistas. Poniéndonos en lo peor – varios tribunales y comisiones deben pronunciarse aún -, Gescartera era una sociedad privada que ofrecía inversiones rentables según un esquema piramidal. Era una inviable chapuza de nivel albanés – un gobierno balcánico se derrumbó por un asunto similar -, hecha posible por las amistades y afinidades de un cierto grupo, en parte vinculado al Partido Popular. Nada más.

Sin duda es grave. Sin duda todas las responsabilidades deben ser depuradas. Pero el PP no se ha financiado con el chanchullo; el dinero manejado, que se sepa hasta ahora, no era público, ni se desviaba de sus fines públicos; no ha crecido la fortuna personal de ningún miembro del Gobierno; no se ha comprometido la credibilidad y el prestigio exterior del Estado; no se ha impedido la constitución de una comisión de investigación; nadie ha muerto ni desaparecido. Todas esas cosas, en cambio, sucedían en tiempos muy recientes en este mismo país.

Gescartera y los fondos reservados, como todos los «casos» de cuño socialista, son escándalos distintos y poco comparables. Digamos, con humor negro, que los socialistas robaban más y mejor, y que sus émulos, en los márgenes del PP, aún tienen mucho por aprender. Digamos, sin embargo, que la peor consecuencia de la ineptitud de los gobiernos de la UCD y de la fiebre estafadora de los gobiernos del PSOE es la degradación de la moral pública. La clase política – izquierdas y derechas por igual – no sirve al pueblo, sino que explota España como si fuese un cortijo privado. Roban, porque creen tener derecho a robar, porque nadie les ha explicado que deben responder ante los electores. Roban, porque todos sus predecesores han robado, y sólo en 1996 el pueblo se quejó. Roban, porque cada uno de ellos pone su interés individual por encima del nacional. Señor Aznar, vigílelos, porque alguno seguirá robando, y aprenderá a hacerlo mejor. Maestros no les van a faltar.

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de septiembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.