Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de septiembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
Los medios de comunicación y los portavoces oficiales han dedicado especial atención en los últimos días a definir el terrorismo como un mal absoluto, la previsible plaga del siglo XXI. Los atentados sufridos por Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 han hecho variar actitudes y prioridades: los servicios de información, las policías y las fuerzas armadas de medio mundo están en plena actividad, en pos de un enemigo invisible, ubicuo y que, con diferentes causas políticas, sociales y religiosas, tiene un sólo método de lucha: la sangre de los inocentes, la muerte de los inermes.
Es una guerra insólita e irregular: no han bandos ni alianzas, no hay frentes ni retaguardias, no hay civiles y militares. Cuando el terror golpea todas las distinciones tradicionales del arte de la guerra desaparecen. Es, además, una guerra sin tiempo, sin plazos ni tratados de paz, porque las creencias de los terroristas no admiten negociación, sino sólo sumisión, y porque nuestros políticos y hombres de armas no están preparados para un enfrentamiento que dure décadas y generaciones.
El mayor acierto del gobierno Aznar ha sido equiparar el terrorismo nacionalista de ETA con el terrorismo de los grupos integristas islámicos. Puede argumentarse que hay una diferencia de nivel y de gravedad, y es cierto. Contra lo que pueda parecer, el terrorismo separatista es más grave y más urgente que el islamismo. Un solo grupo, en Europa, ha asesinado a más de mil personas, durante treinta años, controlando áreas enteras del territorio y partes compactas de la sociedad. España entera es cautiva hace treinta años del nacionalismo integrista y de su brazo armado. Cientos de miles de niños y de jóvenes han sido educados en el odio fanático a la nación, odio potencialmente terrorista. Las instituciones de tres provincias y de muchos municipios obedecen más a un grupo armado que al poder legal y democrático del Estado de Derecho. ETA es una prioridad, y las mismas medidas que se adopten contra el terror venido del Sur y del Este deben aplicarse antes a la banda del Norte.
Cuando en 710 y 711 las huestes conquistadoras del Islam llegaron a España, todas las fuerzas del reino visigodo se concentraban en el territorio vascón, para reprimir la rebelión de los witizanos. Don Rodrigo fue derrotado en el Guadalete por los combatientes de aquella yihad porque Hispania no estaba unida junto a su ejército. Si se nos llama a defender los valores vitales de la civilización occidental, europea y cristiana, en primer lugar los poderes del Estado tendrán que identificar de dónde procede la amenaza para su continuidad y para la identidad colectiva del pueblo español; y después tendrán que eliminar todas las causas de discordia interna. Sobre todo si, como ETA, se trata de aliados objetivos de uno de los enemigos exteriores.
Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de septiembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.