Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
El portavoz parlamentario del PNV, Iñaki Anasagasti, el del curioso peinado, ha matizado las bruscas declaraciones de su jefe, Javier Arzalluz, y ha descartado «de momento» que los nacionalistas vascos vayan a abandonar los Cortes. Los nacionalistas vascos y catalanes no van a dejar de ocupar sus escaños en respuesta a su exclusión de los organismos constitucionales. Anasagasti, en tono lastimero de colegial injustamente castigado, ha dicho que «si al PNV se le cierran todas las puertas, se está lanzando un mensaje muy claro a un partido que está en el Parlamento desde 1917», «casi como los leones», en alusión a las dos esculturas de estos animales que adornan la puerta del Congreso.
No es tan fiero el león como lo pintan. Arzalluz ha rugido, pero su chantaje ha fracasado, y de nuevo los nietos de Sabino Arana se disfrazarán con la piel de cordero, al menos al sur del Ebro.
Tiene razón el nacionalismo al quejarse: lo sucedido no tiene precedentes en la historia reciente de la democracia española. Las grandes fuerzas políticas se han puesto de acuerdo en un tema de interés general, y por primera vez los separatistas de uno y otro signo no han obtenido la cuota de poder excesiva y antidemocrática que estaban acostumbrados a conseguir. El PNV, con su 1% de los votos a nivel nacional, tenía puestos decisivos en los órganos del Estado. Ya no los tiene. Sin embargo, los intereses y la voluntad de los españoles están mejor representados ahora.
Una suma perversa de factores (el terrorismo, la hipoteca separatista, el sistema electoral y la discordia entre los grandes partidos) ha hecho decisiva la opinión de Arzalluz y Pujol durante más de dos décadas. Sus pequeños partidos, con sus pequeños intereses regionales, quedan desde esta semana circunscritos a su nivel más lógico. Además, seamos serios: si no reconocen la legitimidad de este Estado, si no reconocen la existencia de un país llamado España, ¿por qué tanta insistencia en gobernarlo? ¿No será que han sacado un provecho indebido, hasta ahora?
Hay que desear que el acuerdo PP – PSOE dure en el tiempo y se extienda a otros ámbitos, como por ejemplo todos los relativos a la organización territorial del Estado. El chantaje de Arzalluz, con una ETA débil y asustada, con un nacionalismo refugiado en la payasada pacifista de Elkarri, no vale de nada si los políticos están unidos en lo esencial. El PNV no se va a echar al monte con los etarras, y desaparecería en la nada si lo quisiese hacer.
Dice el buen padre jesuita: «¿Nos quieren echar o quieren que perdamos la cabeza?». Pues bien, ojalá nos explique pronto qué significaría perder la cabeza. España está en condiciones de superar cualquier órdago que pueda lanzar este reputado jugador de mus. Los leones del Congreso, no lo olvidemos, no son del antes reputado acero vizcaíno, sino de bronce, bronce de la artillería tomada al enemigo exterior en el campo de batalla. El esfuerzo de tratar de integrar al nacionalismo en el consenso constitucional, llevado a cabo en los últimos veinticinco años, se está demostrando inútil. El nacionalismo sólo es autonomista como aperitivo de la independencia; y la independencia está democráticamente fuera de discusión. En ese contexto, vista además la pérfida gestión de vasquistas y catalanistas en la cúspide de la Justicia española, váyanse en buena hora.
Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.