La España que sufre

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

No hay que irse muy lejos para ver el rostro de la pobreza. Basta visitar cualquier ciudad o pueblo de España. Nuestro país, con su tasa del 20% de la población en la pobreza, ocupa el quinto lugar en la Europa comunitaria, junto con Irlanda. En cuanto al gasto de protección social, España supera la media comunitaria de subsidio por desempleo, pero sólo dedica a las rentas mínimas la mitad de la media de la UE.

Ocho millones y medio de personas viven en nuestro país por debajo del umbral de la pobreza. No somos pobres, y no debemos quejarnos mucho. España no es un país pobre. Hay que reconocer que los españoles gozamos de una superioridad envidiable si comparamos nuestro nivel de vida con el de la grandísima mayoría de los países del mundo. Sin embargo, en nuestro contexto europeo estamos a la cola; y dentro de la misma España hay bolsas geográficas y sociales de pobreza profunda.

El «España va bien» de José María Aznar se apoyaba en cifras macroeconómicas agregadas, referidas al crecimiento del producto interior bruto, al comportamiento de la inflación, a las cuentas del Estado, pero no representaban un análisis del reparto de ese crecimiento. Desde luego que hay sectores que no acusan aún la crisis que se vive en la calle. La banca, por ejemplo, sigue registrando beneficios. El desarrollo económico que sí se ha producido ha repercutido sólo en un aumento de la importancia del capital privado y en una aparente mejora de la calidad de vida de algunas clases medias, pero sus beneficios no se han hecho estructurales, no han alcanzado a los más desfavorecidos y no se ha hecho pensando en el futuro.

Ocho millones y medio de españoles pagan la factura del Estado de Bienestar. El hecho de que muchos ciudadanos, económicamente marginados, no participen plenamente en la sociedad pone en entredicho la eficacia de nuestro sistema democrático. España ha crecido, es cierto, pero el 44.1% del total de los pobres de España – cuatro millones de ciudadanos – tienen menos de 25 años. Son niños y jóvenes sin futuro. Casi otros tantos son ancianos o parados mayores de cincuenta años: no hay trabajo para ellos, pues las empresas quieren jóvenes recién salidos de la escuela, cualificados pero dispuestos a aceptar cualquier salario.

Junto a la edad, el segundo aspecto de la pobreza es la región de origen. Ser pobre en Cataluña, en el País Vasco o en Navarra es más llevadero que en Andalucía, en Ceuta o en Melilla; y ya que las ayudas públicas y los programas de inserción social y laboral existen por ley, nos encontramos ante una manifiesta violación del principio de igualdad de los españoles ante la ley. El sistema autonómico, las competencias «históricas» y los intereses caciquiles de unos y otros son evidentemente de menor rango constitucional.

Por último, la pobreza depende mucho de dónde se ha nacido y dónde se trabaja. La España rural es la España de la pobreza silenciosa, callada por dignidad, resignada por tradición, pacientemente soportada. Aún hoy las familias campesinas perciben unos ingresos inferiores en al menos un 30% a sus equivalentes urbanos, dependiendo además de mercados especulativos y de un clima variable. La España rural es la España más pobre, pero también una de las Españas que menos ayudas públicas recibe. También las periferias urbanas más degradadas comparten esa pobreza; y ambas Españas tienen una cosa en común: allí nacen los niños que la España rica no trae al mundo. A pesar de todo, la España pobre trabaja por el futuro y la España del bienestar se limita a su gozoso presente. Tal vez la crisis económica que vivimos nos deba hacer pensar en lo absurdo de la situación.

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.