La cartera del César

Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

Antonio Camacho no dirigía un chiringuito financiero. Gescartera, el latrocinio que trae a mal traer a la mitad de la clase política española, está resultando ser una verdadera ONG: Chorizos sin Fronteras. Para los lectores de «El País» y para los sufridos votantes de Jesús Caldera puede parecer que sólo afiliados y cargos públicos del Partido Popular se han manchado las manos con dinero turbio. La realidad es mucho más escalofriante: a través de Gescartera, sin distinción de origen o de partido, unos cuantos delincuentes se han embolsado los ahorros de muchos españoles modestos y las reservas de algunas grandes instituciones.

El lunes 29 declararon ante la comisión parlamentaria investigadora Cristóbal Montoro y Rodrigo Rato. El PSOE ya tiene lo que quería: el Gobierno ha estado, mediáticamente, en el banquillo de los acusados. No había que esperar ni equidad ni mesura de los socialistas, que venían pidiendo la dimisión del ministro Rato desde mucho antes de tener ocasión de escucharle. El PSOE acusa a Montoro de ocultar información sobre los favores prestados por Hacienda a Gescartera; algo de lo será culpable rato por omisión, pero en principio sin dolo. Da la impresión de que algo ha fallado en la calle Génova: la decisión de que los dos políticos se limitasen a leer sus declaraciones, sin responder a las preguntas de los diputados, ha demostrado ser un error. Un Gobierno que se formó en 1996 bajo el signo de la honradez no puede permitirse ningún margen de duda; dar la cara es probablemente rentable en términos electorales, pero aunque no lo fuese era la obligación de los hombres de José María Aznar. En democracia, importa poco que la mujer del César sea honesta o no; debe en cualquier caso parecerlo.

Pero los árboles ocultan el bosque. No sólo Rato y Montoro han declarado ante esa comisión; por allí ha pasado una representación cualificada de la España oficial del siglo XXI: alto clero y probables agnósticos, marinos y militares, populares y socialistas. Nadie se escapa de la maldición de Gescartera. El PSOE, por ejemplo, haría mejor en no insistir mucho en el tema, porque, además de las Filesas del pasado, sus gentes se han enganchado también a este nuevo tren de estafas y engaños. Implicados en Gescartera tenemos, así, a un José Nevado, que fue portavoz del PSOE, a diferentes niveles, entre 1979 y 1996, un Roberto Santos, que era presidente de Asesores 2000, por no hablar de La Fábrica de Comunicación, de origen también socialista.

¿Exculparía a los chorizos de un lado la existencia de mangantes también en el otro? No, ciertamente no, ni siquiera Zapatero puede pensarlo, y pronto veremos cómo las acusaciones a Rato se diluyen en la nada, a menos que desde sectores del propio PP haya algún interés en activarlas. Hasta es posible que no estemos hablando, técnicamente, de delitos; y probablemente no se trate de dinero público. Estrictamente hablando, nada más puede reprocharse a Montoro, que afirma que el Gobierno asumió de inmediato sus responsabilidades políticas con el cese de Giménez-Reyna.

Si prescindimos de formalismos leguleyos, el problema es mucho más profundo: entre los políticos españoles el medro personal, la acumulación fácil y rápida de dinero, es el valor supremo. Don Manuel Fraga lo ha recordado hace pocas fechas, hablando precisamente de su estilo de hacer política, tan lejano de esa tentación. Para muchos otros, todo vale con tal de tener más, de tenerlo aquí y ahora, sin mérito y sin esfuerzo. Se ha enseñado a los españoles a creer en la bondad del enriquecimiento especulativo y en los milagros económicos individuales. Lo que pudo ser fiebre privativa de los socialistas desde 1982 es ahora compartido por muchos de los hombres públicos del reino. La cuestión no radica tanto, en términos penales, en si se roba o no se roba, o en quién lo hace. El verdadero drama de liderazgo de nuestra Nación está en que muchos políticos, cada vez más, carecen de vocación de servicio al pueblo.

Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.