Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
Tiene razón Arnaldo Otegui: no hay que hablar ni de autonomía ni de autogobierno, sino de autodeterminación y de independencia. Ibarreche se engaña, y quiere engañar a la opinión pública, con su reivindicación llorona de unas competencias estatutarias que ya están desarrolladas en un 99 % y que, en cualquier caso, han convertido al País Vasco en la región con más autonomía de España, y seguramente de Europa. Llamemos a las cosas por su nombre: si el PNV quiere hablar de independencia debe decirlo todos los días con todas las letras.
Entristece, aun así, el triste espectáculo del nacionalismo vasco, invocando lastimeramente los ejemplos de Córcega y del Ulster para reivindicar un nuevo proceso autonómico como panacea para que el terrorismo deponga las armas. ¿Qué haría el ETA si un partido nacional español propusiese aplicar al País Vasco el mismo modelo reginal que en aquellas otras partes de Europa? ¿Qué haría el PNV sin policía, sin reacaudación de impuestos, sin televisión, sin control ideológico de la educación? Pues bien, todas estas cosas que el nacionalismo vasco consiguió y mantiene ni se plantean en el caso irlandés, que por lo demás en nada se parece al vasco.
No se parece, por supuesto, en términos históricos ni políticos. Pero sobre todo, si en algo más se diferencia el PNV del nacionalismo republicano irlandés, y ETA del IRA, es en una cierta deshonestidad de fondo. El IRA sabe que ha conseguido lo máximo que se puede conseguir, que el Gobierno de Londres no quiere ni puede dar más, y que la paz es buena en sí misma para el pueblo del Ulster. ETA, vanguardia armada de todo el nacionalismo, se ha servido de la autonomía y de las instituciones del Estado para preparar la independencia. El llamado «Movimiento de Liberación Nacional Vasco», del que ETA es un brazo y el PNV otro, planea la independencia y engaña a los políticos incautos. Con el pretexto de la pacificación se legalizó primero el nacionalismo, se toleró la bandera separatista, después se creó el Consejo General Vasco, más adelante se recogió en la Constitución una lectura aberrante de los mal llamados derechos históricos, se creó una hipoteca sobre Navarra, y se llegó a un Estatuto amplísimo que ha sido extensamente desarrollado. Si el nacionalismo quería autonomía tiene toda la posible, y hasta una parte de la improbable. Pero el nacionalismo vasco, a diferencia del irlandés, no transige con lo que hay.
El nacionalismo vasco, lo ha dicho Arzalluz, lo ha reconocido Ibarretxe, lo proclama Otegui, es independentista. Las concesiones políticas, económicas, administrativas y culturales se entienden sólo como pasos necesarios hacia la independencia. Así, ETA se ha quedado solo en Europa occidental, y el nacionalismo vasco es un caso único en nuestro entorno. El ministro de Defensa ha dicho, atinadamente, que ETA «se trata de un terrorismo encerrado en sí mismo» y que «tiene que ver con el terrorismo a escala global que estamos viendo y viviendo». Bien: si es así, nuestros políticos tienen dos tareas, una pasiva y otra activa. Pasivamente está claro que cualquier concesión ulterior al nacionalismo es absurda e indeseable, pues no lleva a la paz sino a una tensión mayor, amenazando la unidad nacional. En términos positivos y activos, el PP y el PSOE tienen la oportunidad y las medios de acabar con ETA y de debelar el falaz nacionalismo vasco, paralelo y hasta cómplice del peor integrismo islámico, reduciéndolo a un amargo recuerdo.
Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de octubre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.