Los europeos no quieren más inmigración

Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de noviembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

La población inmigrante extracomunitaria en España ha pasado en dos años del olvido oficial a ser un problema clave, que según Jaime Mayor Oreja va a causar más convulsiones que el terrorismo de ETA. La campaña internacional contra el terrorismo agrava la situación, porque los españoles, en poco más de dos meses, han aprendido a ver en la masa de inmigrantes no sólo rivales por los puestos de trabajo, focos de delincuencia común, factores de inestabilidad social y estímulos para el deterioro de la convivencia nacional, sino sencilla y llanamente agentes efectivos de potencias extranjeras enemigas de España.

Las informaciones oficiales, más allá de la retórica ya habitual, no desmienten nada de lo anterior: los inmigrantes delinquen más, viven en la ilegalidad, no respetan ni las leyes n las costumbres del país, constituyen ghettos y descoyuntan la cohesión territorial y humana de España. Además, espían, atentan y sabotean. ¿Es justo generalizar? Seguramente, no, ya que algunos inmigrantes hacen todas estas cosas, con certeza no todos. Pero, ya que los datos oficiales no se divulgan, ya que hay una consigna de minimizar la envergadura del problema y ya que aún no ha habido una estimación realista de cuántos inmigrantes, entre legales e ilegales, tenemos entre manos, es lógico que el pueblo español no entienda, y generalice.

El pueblo no es tonto, y hace importantes distingos y salvedades. Los inmigrantes extraeuropeos se concentran en tres tipos de zonas: turisticas, urbanas y áreas de agricultura intensiva. Allí, y en particular en determinados barrios, es donde hay que pulsar la opinión de los españoles. La América andina y el Magreb son las dos áreas de mayor inmigración a España. En particular, cuatro países (Ecuador, Marruecos, Colombia y Argelia) concentran casi dos tercios de los residentes. Crecen en los últimos años las llegadas de orientales, de europeos del Centro y del Este, y de negros africanos. Se da una distribución territorial diferente según nacionalidades y orígenes étnico-culturales, matizada además por el efecto llamada de la familia y por la disponibilidad de empleo.

¿Un cuadro complejo? Sin duda lo es. Pero es extremadamente sencillo en sus consecuencias directas. Sucesivas oleadas de inmigrantes están llegando a España, deteriorando la convivencia cívica y empeorando objetivamente la convivencia en muchos barrios y pueblos. Los inmigrantes, más allá de toda elucubración, si va a quedarse a largo plazo, se pueden clasificar en dos grupos: asimilables e inasimilables. Es decir, los que pueden convivir, con sus familias, en el seno de la nación española, y los que, por cualquier razón insalvable, religiosa, cultural o etnológica, no pueden ni podrán. Atendiendo a las encuestas, el sentimiento de discriminación está presente en dos de cada tres inmigrantes. Hay problemas de convivencia, no en el ámbito público e institucional, sino en la sociedad civil. Con carácter general, los africanos (los argelinos especialmente) son los que se muestran más discriminados, aunque también los andinos (en especial colombianos y peruanos) presentan valores superiores a la media en varios aspectos.

El pueblo español discrimina a los inmigrantes. Dicho sea sin matices de reproche: el ciudadano de a pie, cuando puede elegir a su vecino de casa o a su compañero de trabajo, no elige con agrado a los inmigrantes, aunque con valores notablemente más positivos para los europeos del Este, que se adaptan estadísticamente con una rapidez notable. Por el contrario, por distintas razones, ni los marroquíes predilectos de Felipe González ni los ecuatorianos y peruanos tan bienquistos a alguno de los ministros de Aznar son tan unánimemente aceptados como futuros españoles.

Si una virtud tiene la juventud del siglo XXI es que no es hipócrita. ¿Qué significa el desempleo de los inmigrantes? ¿Cómo se explica? ¿No es cierto que hace falta mano de obra? ¿No es cierto que vienen con una especial motivación para el trabajo? ¿No es cierto que están dispuestos a aceptar condiciones de trabajo claramente inferiores a la población de acogida? ¿No es cierto, en fin, que los inmigrantes llegan para trabajar y no para imponer sus modos de vida? Estas cuestiones parecen razonables y necesitan de algunas respuestas, sobre todo cuando, en una crisis internacional sin precedentes, la propia identidad de España está en juego, y los jóvenes se ven obligados a competir en inferioridad con los recién llegados por unos puestos de trabajo cada vez peores y menos pagados.

Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de noviembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.