Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de noviembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.
«Patrimonio y herencia esencial de los españoles es nuestra Patria». El príncipe de Asturias, en su discurso de entrega de los premios que llevan su nombre, participó así, desde una posición privilegiada, en los comienzos del debate nacional sobre el patriotismo, su necesidad y su fundamento, que lleva camino de convertirse en la gran cuestión intelectual y política de los meses que vienen.
Las encuestas, los movimientos de opinión y la voz de la calle reflejan un gran cansancio en el pueblo español, después de tantos años de ver convertido en tabú el mismo nombre del país, de ver escarnecida la dignidad de los servidores del Estado, civiles y militares, y de ver puesto en tela de juicio el futuro de la unidad nacional. Patria: sí, la palabra no es ya políticamente incorrecta, e incluso empieza a ser, fuera de los círculos de la izquierda más cavernícola y de la derecha más timorata, un elemento distinguido del discurso público, como en todos los demás países de nuestro entorno.
¿Qué contenido tiene ese sustantivo? José María Aznar, iniciado la polémica y llevándola al próximo congreso de su partido, ha querido traer a España un añejo concepto alemán, como es el «patriotismo constitucional». Ideado tras 1945, se trata de identificar el patriotismo con la asunción colectiva, como signo de identidad, de los valores constitucionales democráticos. En el caso español, algunos han pretendido llevar esta idea a su extremo; así, Gregorio Peces-Barba sugiere que ese patriotismo arraiga en la sintonía con el modelo de España que define la misma Constitución Es el proyecto de la República Federal Alemana, nacida contra todo nacionalismo de las ruinas del Reich, sin la intención de reunir en su seno a todos los alemanes ni de asumir todos los elementos históricos de lo alemán. José Álvarez Junco, Antonio Garrigues Walker y José Pedro Pérez Llorca, entre otros, proponen también un patriotismo difícil, complejo y frío, basado sólo en la letra de la Constitución, en cuya aceptación radicaría el patriotismo: es el modelo de los Estados Unidos, país de inmigrantes sin historia y sin elementos objetivos comunes, tan diferente a este rincón de Europa. Ricardo García Cárcel, con cierto escepticismo, cree que «el mejor aglutinante nacional es el régimen constitucional, el mejor nexo posible entre [los] españoles»: ¿es necesario olvidar la historia, y sus consecuencias actuales, que son la sustancial unidad -no uniformidad- cultural, lingüística, étnica, religiosa, etc.? ¿No es demasiada renuncia para obtener los favores de unos separatismos periféricos que nunca aceptarán el patriotismo español en cualquiera de sus formas, o para hacer olvidar los pecados del torpe patrioterismo decimonónico? ¿No es muy arriesgado cifrar toda la unidad nacional en un solo acto de voluntad popular, pasajera y contingente?
Carlos Seco Serrano ha respondido certeramente, escribiendo que «en realidad, tanto el concepto de nación como el de patria tienen en nuestro caso entidad tan remota como el de una Hispania recuperada en lucha multisecular desde núcleos de resistencia contra la invasión musulmana: núcleos dispersos, pero conscientes de que se integraban en una patria común». Es exactamente lo que dice la misma Constitución de 1978: allí no se escribió que «la Constitución crea la nación española», sino precisamente que España, pueblo/Nación/Estado, en ejercicio de su plena soberanía y de su poder constituyente, se dotaba de unas determinadas instituciones. La patria existía antes de la Constitución: y el patriotismo constitucional, para ser tal, no debe ir contra la letra y el espíritu de la Carta Magna, sino justamente debe llevar al pueblo español a asumir toda la dignidad que los constituyentes quisieron darle. Como ha dicho Benigno Pendás, «no es la Constitución la que hace a España, sino que España es el sujeto del poder constituyente»; «el patriotismo constitucional es el primer paso, porque la Constitución no hace a España, sino que España es su fuente de legitimidad».
Pero, constitucional o no, ¿qué es el patriotismo? Fernando García de Cortázar dice que «todo patriotismo debe reivindicar no sólo el sentido sino el propio sentimiento de España». En efecto, el patriotismo es la subjetivación, la apropiación individual y colectiva de una realidad exterior, la patria/nación con todos sus elementos materiales, espirituales e históricos. Sin duda, la Constitución prescribe un marco adecuado para ese sentimiento, cuyo objeto no nace con la Constitución sino que es autor y sujeto de la misma. Como bien hicieron decir al heredero de la Corona, Patria (y patriotismo) es patrimonio: un legado afectivo y moral sobre todo, un bagaje de fidelidades y de tradiciones comunitarias que puede enriquecerse pero que no puede dejarse a un lado para inventar algo radicalmente nuevo, o radicalmente distinto, como sería un patriotismo sólo racionalista. La Patria no es un libro de contabilidad, ni un tratado de lógica, ni un balance de resultados. Ahora, definido ese «patriotismo», toca despertar, en la educación, en la cultura, desde las instituciones y desde la sociedad, ese sentimiento demasiado tiempo dormido. Una generación de españoles, desde la aprobación de la Constitución o desde antes, ha crecido y madurado en la ignorancia absoluta de la patria y del amor de patria. Es hora de que algo cambie.
Tirso Lacalle
Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de noviembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.