Los territorios históricos ante el patriotismo constitucional

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de diciembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.

Hablar de «derechos históricos», para el nacionalismo vasco, significa, por un lado, remontarse a los Fueros, y por otro llegar hasta la autodeterminación. Pero, por desgracia para los nacional-terroristas, hablar de Fueros significa hablar de Navarra. Aunque los Fueros medievales se dieron en toda España, y en todo el País Vasco, es Navarra la región que más ha vinculado su identidad colectiva a aquellas leyes, y la que en mayor medida los ha mantenido en dos siglos de Estado liberal. Sus juristas e historiadores han contribuido a aclarar y resaltar el contenido y alcance de la foralidad, y han propuesto soluciones originales. El fuerismo navarro ha sido históricamente una opción política reconocidamente española, española por definición, no sólo de origen sino también por voluntad propia y en ámbito actual del Amejoramiento del Fuero. El más autorizado exponente de este navarrismo foral y patriótico es el diputado popular por Navarra Jaime Ignacio del Burgo:

«(…) nuestra afirmación de que «Navarra es Navarra» adquiere una significación positiva, alejada de todo planteamiento defensivo. Frente a Euzkadi, ofrecemos una alternativa capaz de ilusionar al pueblo navarro en la lucha por el derecho a conservar nuestra identidad. No somos profesionales del «no». Queremos una Navarra justa y solidaria. Solidaridad entre los navarros y solidaridad con los demás pueblos de España. También con Euzkadi, siempre que no se ponga en discusión su indisoluble pertenencia a la nación española, de la que Navarra forma parte inseparable» (Navarra es Navarra, Pamplona, 1979).

Para el fuerismo navarro, la autonomía de aquella región, aunque depende de la Constitución y se ve respaldada y reforzada por ella, es anterior en el tiempo. La foralidad, en el sentido navarro, es «derecho histórico» antes que cualquier otro y por encima de todos, y define una autonomía enteramente peculiar, en virtud de las normas constitucionales; supone una perenne negociación y una igualdad intrínseca entre las dos partes, pero ni del Burgo ni sus correligionarios dudan sobre el destino de esa identidad foral reconocida y no concedida: para ellos, Navarra es España desde siempre y para siempre, más allá de las contingencias políticas.

No hay pues, en este fuerismo navarro, una hipótesis de autodeterminación fuera de España. España ni es una confederación ni es una nación de naciones, sino una nación con regiones diferenciadas, algunas de ellas con peculiaridades históricas sancionadas en la Constitución. ¿Por qué el nacionalismo no admite estos hechos incontrovertibles, tan asumidos en cambio por un fuerismo celoso y férreo como es el navarro. Porque el nacionalismo, en realidad, no cree ni en los fueros ni en los «derechos históricos» de base foral, sino en una construcción política postiza e indemostrable que es el soberanismo.

En primer lugar, nunca se insistirá bastante en que es falaz el argumento que hace derivar los fueros de una previa soberanía vasca o vascona, anterior a la existencia de España y sus reinos. Alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos tuvieron unos privilegios forales por voluntad de la Corona, como los tuvieron muchas otras comunidades hispanas; nada diferencia la foralidad vasca y navarra de otros regímenes, salvo su mayor duración en el tiempo, aunque por supuesto con radicales adaptaciones al ordenamiento jurídico nacional. En segundo lugar, nada une la existencia de fueros con el derecho a la autodeterminación, excepto la terca y cerril voluntad de un nacionalismo anclado aún en insulsas divagaciones románticas. Ni la historia más que milenaria de los fueros, ni el ordenamiento constitucional vigente, permiten pensar, siquiera como hipótesis, en semejante posibilidad.

Los fueros vascos y navarros fueron la expresión jurídica de la diversidad regional y social, y de los diferentes estatutos y privilegios de que disfrutaban los vecinos de cada villa, primero, y de cada provincia, después. Su alcance era el de una legislación civil y penal peculiar, dentro de cada reino. Su origen histórico fue siempre la concesión de ese estatuto privilegiado por el rey: no hay fuero sin sanción del señor o del rey, que conservaba la soberanía sin cederla nunca. Los fueros nacen cuando los reinos cristianos ya existen y tienen sus instituciones plenamente desarrolladas; de hecho, el primer fuero español es el castellano de Brañosera, pueblo que no reclama por ello ningún trato de favor. No son manifestaciones de soberanía originaria, sino emanaciones de la única soberanía, la del rey. Jurídicamente es hoy y fue siempre insostenible la idea de un pueblo vasco soberano de cualquier manera distinta a su pertenencia al pueblo español.

Si el nacionalismo fuese sincero en su foralismo, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya serían otras tantas Navarras, no partes subyugadas por el centralismo vitoriano, con sus energías empleadas en la empresa de construir una nación a partir de una región que ni siquiera ha estado unida más que como parte de España. Las querellas por los «territorios históricos» entre nacionalistas tienen ese sentido: si se atribuye la soberanía originaria a las provincias, es absurdo que después éstas, única justificación teórica de ese «derecho histórico a la autodeterminación», pasen a ser meros apéndices de una colosal máquina estatal totalitaria como la que el PNV ha creado.

Son consecuencias de una quiebra intelectual: la premisa del nacionalismo es falsa, pues ni el todo ni las partes tienen derecho a la autodeterminación. Pero, además, resulta que el «todo» (Euskadi hoy, quién sabe si Euskalherria mañana) no tiene «derechos» ni existencia histórica antes de 1978. El nacionalismo mata dos veces, una con las armas y otra con la mentira: en estas mismas semanas, asistimos en cobarde silencio al intento sabiniano de rendir homenaje, desde Udalbiltza, al rey Sancho el Mayor de Pamplona como «rey de Euskalherria».

Euskadi, Euzcadi, Euskalerrria, Euzkeria: no es ésa la patria de los vascos, como quiso inventar Sabino Arana. España es la patria de los alaveses, los vizcaínos y los guipuzcoanos, y por supuesto de los navarros, como demuestran los hechos, corrobora la historia y afirma la Constitución.

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de diciembre de 2001.
Publicado en El Semanal Digital.