El nacionalismo camina hacia el abismo

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.

La asamblea de munícipes es una vieja idea nacionalista. Ya durante la Segunda República, según las leyes entonces vigentes, los Ayuntamientos vascos y navarros fueron convocados para votar la adopción o no de los distintos proyectos de Estatuto de Autonomía, dentro de la Constitución de 1931.

La cosa, en realidad, empezó mucho antes. El nacionalismo, todo el nacionalismo (desde el PNV a Eta), desconfía de la democracia moderna. Desconfía, es decir, del voto popular en sociedades libres y abiertas. Acepta con agrado, en cambio, el voto en los municipios, ámbitos de decisión más controlables desde sus presupuestos y por su tupida red institucional.

Así es desde Sabino Arana, y así sigue siendo. No son raras las declaraciones de los nacionalistas hablando de las elecciones locales y regionales como «las nuestras», menospreciando el valor de las consultas políticas nacionales. En las que, por cierto, suelen salir mucho peor parados, al abrirse ante los electores horizontes y problemas que obviamente exceden las mezquindades de villa, valle y comarca tan caras al nacionalismo.

HB, cuya pertenencia a la familia nacionalista nadie discute, ha sido hasta ahora el grupo más coherente: tras una participación brillante, en plena tregua, en las elecciones municipales de 1999, no se presentó a las elecciones nacionales de 2000. Y ningún nacionalista niega las buenas razones de los etarras en esto.

Udalbiltza es el camino institucional que el nacionalismo, unido, ha concebido hacia la independencia. El nacionalismo no cree en la democracia. El nacionalismo no cree en absoluto en las Cortes españoles, por bien representado que esté en ellas. El nacionalismo cree bastante poco en las instituciones vascas, porque lógicamente ni navarros ni vascofranceses están allí presentes. Pero el nacionalismo sí cree, como remedo de democracia, una asamblea de alcaldes y concejales de toda «Euskal Herria», que defina un nuevo marco institucional, que para ellos sólo puede ser soberano.

Es inútil desglosar las taras y los absurdos de esa asamblea: ausentes los representantes no nacionalistas, los ediles elegidos para arreglar caminos y promover parques infantiles se encuentran de repente con el destino de una nueva – novísima, es más, nonata – nación entre sus manos.

Lo ridículo no merece comentarios, merece sólo la risa, si no fuese por la sangre derramada: en un país donde los concejales mueren por sus ideas políticas, no conviene insistir mucho en la limpieza de las elecciones, porque alguien podría decir lo que muchos piensan: que no hay democracia.

No es inútil en cambio recordar que Udalbiltza está fuera de la Ley. Esa organización, financiada con fondos públicos, persigue fines ilegales, y asume competencias que no le corresponden. Si Batasuna es ilegal por sus fines y por sus medios, Udalbiltza también lo es. Ciertamente Udalbiltza no asesina, pero no cumple la Ley. Y Eta va a estar presente en todo el proceso municipalista. Aunque no sea más que porque comparte la misma meta.

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.