Huelga general en Italia

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.

Una huelga general paralizó Italia el martes 16 de abril en protesta por la reforma laboral de Silvio Berlusconi. Convocada por las centrales sindicales mayoritarias, la movilización fue ampliamente seguida y no hubo incidentes dignos de mención. Al día siguiente, tal y como el Gobierno había anunciado, las cosas estaban como al principio: es necesario el diálogo social.

La convocatoria afectaba a los sectores de la industria, agricultura, comercio, servicios, energía y agua, que paralizaron su actividad durante ocho horas, garantizando los servicios mínimos esenciales, al igual que los funcionarios, la sanidad, los bomberos, y los bancos y aseguradoras. Por razones técnicas, el seguimiento de la huelga fue muy amplio en el transporte aéreo, pero no total en el transporte terrestre y marítimo. En el sector de los medios de comunicación, la prensa escrita paralizó su actividad el lunes para dejar al país sin periódicos el martes, mientras que la RAI y las cadenas de televisión privadas no emitieron. El paro fracasó en los medios electrónicos y en las telecomunicaciones.

La huelga estuvo acompañada de manifestaciones en las principales ciudades italianas, cuatro en Roma, tres en Milán, además de otras en Turín, Bolonia, Génova, Nápoles, Palermo y Cáller.

Los sindicatos, refugio de la izquierda

La protesta sindical, aunque exitosa, no fue unitaria, sino que a lo largo de la jornada tuvieron lugar diversas manifestaciones. Tras este paro general, que ha sido ya calificado de «histórico» al ser la primera jornada de huelga de ocho horas de duración desde 1982, el primer ministro a vuelto a pedir a los sindicatos que vuelvan a la mesa de negociaciones.

Los tres sindicatos más importantes, CGIL, CISL y UIL (cuyo papel durante el régimen corrupto de la Primera República sigue siendo investigado por los Tribunales), han unido sus esfuerzos para movilizar a los trabajadores italianos contra de los cambios en las modalidades de despido, y en general contra la política económica del Gobierno.

Un Gobierno, en todo caso, que mantiene en todas las encuestas su excepcional popularidad, sin precedentes en la democracia italiana. Y que conquistó el poder en unas elecciones limpias, anunciando que reformaría el mercado laboral y todo el sistema económico y social. La izquierda, perdedora en las urnas, trata de revisar en la calle el programa de Berlusconi. Y a la vez intenta buscar la unidad, los objetivos, los ideales y los dirigentes de los que carece. Es comprensible, pero no es democrático.

Sergio Cofferati, al frente de la Confederación General del Trabajo (CGIL), ha sido el líder de la huelga. Desde la izquierda, muchos esperan que él sea el anti-Berlusconi, un papel con dudoso porvenir que Cofferati se resiste a aceptar.

La derecha liberal: un problema de imagen y de coherencia democrática

En la alianza de centroderecha preocupa el éxito de la huelga, pero muchos minimizan su impacto político, que efectivamente parece muy reducido. «La huelga paralizará una parte importante del país, pero no paralizará nuestra determinación de modernizar el país. La huelga es un derecho reconocido por la Constitución y nunca ha sido cuestionado, pero en esta ocasión tiene un fin político», afirmó Berlusconi en Parma ante la confederación de grandes empresarios. Sin embargo, tras la jornada de huelga, «reanudaremos el diálogo social», aseguró el primer ministro.

Forza Italia, el partido de Berlusconi, es un partido sin ideología. Populista, derechista, centrado, ha asumido como propios los dogmas de la ortodoxia liberal. Sucede lo mismo con la Liga Norte de Umberto Bossi. Radicalmente opuestos a las viejas prácticas políticas y económicas, y a los abusos del Estado de bienestar, los nuevos partidos en el Gobierno parecen dispuestos a hacer tabla rasa de todo un pasado.

Tienen en esto el tibio apoyo del presidente de Cofindustria, Antonio D’Amato. «Yo sé que somos muchos los que confiamos en nuestro país», ha afirmado. «Una confianza que ha permitido, con orgullo, crear en 2001 371.000 nuevos puestos de trabajo. Y esto no es gracias al centro-derecha, al centro-izquierda o a los sindicatos, sino gracias a las empresas. Esos 371.000 puestos de trabajo los hemos creado nosotros», añadió. Buscando mayor competitividad, D’Amato ha pedido más reformas fiscales y económicas, y más privatizaciones y liberalización, incluso en el mercado laboral.

Recetas ya conocidas de resultados a breve término más o menos previsibles. Son las recetas y el camino de José María Aznar, que ha tenido el tacto de cuidar más las formas y los ritmos y la fortuna de toparse con unos sindicatos menos politizados. Sin embargo, no todo el Gobierno italiano está seguro de haber acertado en las forma de aplicar las reformas necesarias.

La derecha social: un problema de coordinación política y de visión de futuro

Sorprendió a los comentaristas internacionales que la huelga fuese apoyada, además de por los sindicatos «oficiales» confesionales y marxistas, por los independientes y por el frente de trabajadores vinculado a Alianza Nacional. En efecto, el brazo sindical del partido postfascista ha crecido espectacularmente en los últimos años, rebasa con mucho las dimensiones de la UIL y es ya la tercera fuerza sindical en Italia, o tal vez la segunda si se tiene en cuenta el deterioro de la CSIL clerical. Aunque no practica el sindicalismo «de clase», sino un sindicalismo realista y atento a las demandas sociales y profesionales, también salió a la calle … contra las medidas de su propio Gobierno.

Gianni Alemanno, ministro de Agricultura y exponente de la corriente hoy mayoritaria en Alianza Nacional, ha advertido al ministro de economía, el liberal Giulio Tremonti: «La política económica no pude hacerla uno solo. Tiene que ser expresión de toda la coalición». Para Alemanno – que expresa la opinión de su propio partido y la de los grupos católicos adheridos al Gobierno – los grandes poderes financieros y empresariales han empujado a Berlusconi a un callejón sin salida, estimulando unas reformas formalmente radicales y no apoyándole suficientemente después. El subsecretario de Comercio Exterior, Adolfo Urso, ha explicado que las reformas se pueden hacer incrementando y no reduciendo la solidaridad social.

Para Gianfranco Fini «con el tema de la reforma laboral nos jugamos la imagen». Frente a unos sindicatos que se dedican sólo a la política, frente a unos empresarios que miran sólo por sus propios intereses a corto plazo, ha de ser el Gobierno el que fomente el diálogo y lleve a soluciones eficaces. Si empresarios y sindicatos no tienen interés en ponerse de acuerdo, el Gobierno legislará en beneficio del país.

Alianza Nacional tiene, sobre el resto de la coalición gubernamental, una serie de ventajas en este punto: mira con simpatía las necesidades y peticiones de los trabajadores (que no son necesariamente las de los sindicatos); tiene un vínculo directo con el mundo sindical; y cree en la vigencia de los valores de la Constitución de 1947 – el Estado social, fundado sobre el trabajo -. No tiene la desconfianza atávica hacia las movilizaciones laborales y populares, que impregna en cambio a las gentes de Berlusconi.

Berlusconi puede imitar, un cuarto de siglo después, a lady Thatcher. Pero, con millones de italianos en las calles, tiene la opción de dejar el asunto en manos de su vicepresidente, Fini, que hasta ahora ha sido capaz de difíciles equilibrios, conservando su creciente prestigio. Para esta difícil empresa, que determinará el futuro del centroderecha italiano, Fini tiene a su espalda, como nunca, un partido, un sindicato y un movimiento juvenil unidos en torno a su sensibilidad social.

Como ha dicho Le Figaro «Gianfranco Fini es un hombre que sube, y cada vez más parece ser el heredero de Berlusconi».

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.