Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.
José María Aznar ha repetido que no será candidato a la presidencia del Gobierno. Probablemente no será tampoco diputado en 2004. Asegura haber cumplido su programa inicial, aunque quedan muchas cosas por aclarar. Sin embargo, la ofensiva separatista va a llenar los dos años que quedan de legislatura. Y en ese terreno se decidirá también el balance político de Aznar al frente de España. ¿Han mejorado realmente las cosas?
Aznar no ha terminado de cumplir
Si nos dejásemos guiar por las encuestas y por los medios de comunicación afines al Gobierno, la corta victoria electoral de 1996 habría abierto para España todas las posibilidades y muchas esperanzas. Según sus voceros oficiales y oficiosos, José María Aznar ha resuelto en sus seis primeros años de gobierno las grandes cuestiones pendientes, cumpliendo su programa electoral y colocando nuestro país entre los más prestigiosos e influyentes de Europa.
Aunque no están los tiempos como para fiarse de las encuestas, hay bastante de verdad en esto. Las grandes cifras macroeconómicas han mejorado. La imagen del país también. La convergencia con Europa, tras décadas de retroceso, avanza. La corrupción, que no ha desaparecido, ya no es el eje de la vida pública. El paro ha disminuido, qué duda cabe. Y, sobre todo, los españoles tienen más confianza en el futuro de la Patria.
Que esa confianza esté o no justificada depende del propio José María Aznar y de los hombres y mujeres que él tenga a su lado. Queda mucho por hacer, como no podía ser de otro modo. Hay partes enteras del programa del Partido Popular aún por aplicar, y han de ser desarrolladas, si se respeta la voluntad popular: más protección a la familia, más defensa de la vida, más infraestructuras, más empleo, más seguridad ciudadana, más integración interterritorial, mejores y más eficaces educación y sanidad, mejor defensa nacional.
Por lo visto hasta ahora, hay que confiar en Aznar y pensar que algo de esto, o mucho de esto, se hará antes de 2004, sobre todo si la derecha española supera por fin su miedo escénico y su céntrico pavor al «qué dirán» de la izquierda pseudocultural.
Pero hay graves problemas en el horizonte. España se enfrenta a decisiones históricas, que marcarán el futuro del país, y que de hecho pueden llevar incluso a su disolución.
A medio y largo plazo, Aznar tiene en sus manos decisiones trascendentes sobre la inmigración y la demografía de España, que afectarán por siglos a la cultura, la religión, el idioma y la misma idiosincrasia de los habitantes de la Península. No es cosa baladí, y esas decisiones deben tomarse conscientemente, pues no pueden dejarse en manos del mercado o de poderes no controlados por el pueblo. En estos dos años, desde los valores populares, refrendados democráticamente, la política demográfica de Aznar debe ser activa y lungimirante. Jacques Chirac, que no siempre ha sido un buen amigo, no es ahora un buen modelo para las decisiones que cada día pasan por las manos de Antonio Maceda, Enrique Fernández Miranda y el mismo José María Aznar.
A corto plazo, hay asuntos todavía más urgentes: España corre el riesgo de desaparecer como Estado nacional. El nacionalismo vasco, con socios y comparsas de ocasión, manipulando ilegítimamente las instituciones, yendo de la mano del terror etarra, dominando las calles y deformando a los jóvenes, marcha decidido hacia la secesión. Y en esta hora grave no basta con mantener la normalidad institucional y confiar en un triunfo final democrático: José María Aznar, al frente de la Nación, no puede tolerar amenazas de ninguna clase a la unidad española.
Batasuna va a quedar, con Eta, fuera de la ley. Era hora. Con ellos, Jarrai, Ekin, Segi, y los demás epifenómenos etarras. Bien está. Pero en los dos años que quedan de legislatura, José María Aznar ha de hacerse una reflexión serena, desde los principios que, refrendados por el pueblo, le han llevado a la Moncloa: mientras haya separatismo vasco habrá violencia, porque el recurso a las armas es parte de la doctrina de Sabino Arana.
No bastará, pues, con cercenar el brazo armado del tronco nacionalista, es al mismo nacionalismo al que el PP debe anular en estos veintidós meses. Como sea, al precio que sea. Porque, en otro caso, de nada habrían servido los brillantes éxitos de la gestión pasada, y cualquier joven español tendría derecho a reprochar a Aznar la oportunidad perdida.
Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.