Un muerto al servicio de España

Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.

Es sangrante que las mismas fuerzas políticas que han dilapidado demagógicamente los medios humanos y materiales de los Ejércitos lloren ahora lágrimas de cocodrilo por la muerte de Martín Oar.

Por primera vez desde el inicio de la Tercera Guerra del Golfo, un militar español, el Capitán de Navío Manuel Martín Oar, ha muerto en acto de servicio. El marino, encargado de la coordinación de nuestra ayuda humanitaria a Irak, ha fallecido a consecuencia de las heridas sufridas en el atentado perpetrado contra la sede de Naciones Unidas en Bagdad. Junto a Martín Oar han muerto dos decenas de personas, incluyendo al prestigioso representante de Naciones Unidas en Irak, el brasileño Sergio Vieira de Mello.

La noticia es mala desde cualquier punto de vista que se considere, y los lamentos son universales en España. Sin embargo, una vez más, las misiones y el significado de las Fuerzas Armadas, que deberían estar por encima del debate político, corren el riesgo de convertirse en el centro de éste.

Los Ejércitos son un instrumento de la política del país. Instrumento extremo y contundente, pero legítimo y constitucional. Los hombres y mujeres de uniforme están al servicio del Estado y de la política determinada por los representantes de éste, pero no procede ni hacerles intervenir en la polémica partidista, ni emplearlos como arma arrojadiza en la misma, ni condenarlos durante décadas al ostracismo material y moral para acordarse de su existencia sólo en las horas de incertidumbre. Algo de eso ha sucedido, y la muerte de Martín Oar debe impulsar una reflexión severa sobre el asunto.

Las Fuerzas Armadas están a las órdenes de los políticos elegidos por el pueblo; son parte de ese pueblo, pero al mismo tiempo tienen un régimen especial, y especialmente estricto, de derechos y deberes. Son, incluso en este momento de tecnificación, de predominio del individualismo y de la economía, un depósito de abnegación, de sacrificio y de servicio a los designios más elevados del país. Los militares tienes menos derechos y más deberes que el resto de los ciudadanos, y ejercen esa renuncia porque sólo así -con un espíritu militar intachable- pueden desempeñar sus misiones.

Ahora bien, lo que no se pueden pedir son milagros. No se puede pedir en la vida militar las misma delicada sensibilidad que muestra la opulenta sociedad civil española de 2003; porque los militares, por definición, están dispuestas a morir y a matar en nombre de España, y a hacerlo representando ciertos valores de índole superior que no están de moda en tiempos de paz y bienestar. Aunque se recuerden con nostalgia en los momentos de zozobra.

Y tampoco se pueden pedir milagros materiales. Durante muchas décadas las Fuerzas Armadas españolas han sido dotadas con presupuestos muy insuficientes, y además menguantes, al albur de políticas alicortas de políticos igualmente miopes. No se puede pretender que eso garantice nuestra defensa interior y exterior, por excelente que sea el ánimo de los militares (que, dado el clima civil, no siempre puede serlo). Pero resulta sangrante que las mismas fuerzas políticas que han podado salvajemente por intereses demagógicos los medios humanos y materiales de los Ejércitos lloren ahora lágrimas de cocodrilo por la muerte de Martín Oar. Algo debe cambiar. Mientras tanto, otros militares españoles siguen cumpliendo abnegadamente su deber.

Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de abril de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.