Un problema del siglo XIX para la España del siglo XXI

Por Pascual Tamburri Bariain, 20 de junio de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.

El nacionalismo vasco «democrático» parece sinceramente convencido de que el objetivo del Gobierno con la Ley de Partidos es atacar al independentismo. Si el nacionalismo vasco fuese una opción moderna en el fondo y puramente política en su dinámica, esta hipótesis de Arzallus sería plausible. Pero ambas premisas fallan: el nacionalismo responde a planteamientos de hace dos siglos, y por otro lado es mucho más que una alternativa política.

El nacionalismo es un movimiento cultural, social y político que fijó su doctrina, sus metas y sus medios cuando Cuba aún era española. Y de ahí no se ha movido: entenderlo es imprescindible tanto para dialogar con él como para enfrentarse a él. Tratar con el PNV es hacer arqueología política, y paradójicamente una de las grandes bazas del nacionalismo en estos años ha sido que los partidos democráticos se han enfrentado al independentismo como si se tratase de una realidad moderna.

No es así. Y tampoco es fundamentalmente político. Si lo fuese, su meta sería la conquista del poder público, con los cambios institucionales que fuesen del caso. Por el contrario, los nacionalistas subordinan sus avances políticos a sus logros sociales y culturales. El ritmo de su larga marcha hacia la autodeterminación viene marcado por su control de la sociedad más que por su fortaleza electoral.

El nacionalismo es uno y único. Como en el siglo XIX, no excluye la violencia como instrumento; como entonces, es capaz de definir estrategias a varias décadas vista. Como movimiento totalitario, cada una de sus piezas es necesaria en la lucha, y cada una de sus organizaciones se empeñará arduamente en defensa de las demás, porque la suerte de todas está ligada. Los nacionalistas han convertido su ficción sobre el pasado en una utopía colectiva proyectada hacia el futuro.

El PNV sabe que habrá ilegalización, y se opone a ella no para salvar a Batasuna, sino para mantener la unidad nacionalista. Ibarreche, siguiendo un plan trabajado durante décadas, prometió una «consulta», y esa consulta está fuera de la ley. Y para violar la legalidad el nacionalismo necesita concentrar fuerzas. Obviamente, en torno al PNV.

Arzallus es inteligente, y ha hecho su cálculo: perderá tal vez algunos votos moderados, pero puede ganar la mayoría absoluta en sus provincias. Que es lo que quiere ahora el nacionalismo. Como es un político experto y realista, sabe que por ahora Navarra está fuera de discusión. Pero sabe también que debe mover el asunto de Navarra, para consolidar la unidad nacionalista.

El nacionalismo no es de hoy ni actúa con los medios y los ritmos de 2002. No renuncia a nada, como mucho aplaza objetivos. Con la mayoría absoluta en manos del PNV, con un gobierno español que se desea débil y con un nacionalismo más o menos unido se podría pensar de verdad en la autodeterminación. Como Arzallus anunció recientemente.

¿Sabe todo esto José María Aznar? El presidente vive en 2002, con un horizonte político democrático, con unas elecciones que, a él sí, le importan. Su política se juega en 50 provincias, con un programa complejo de aplicar y con un contexto europeo problemático. Hasta ahora no ha cometido grandes errores, y en los próximos meses se comprobará la firmeza de su pulso.

Su sucesor debe saber a quién se enfrenta. El nacionalismo no se puede combatir sólo en los cortos plazos políticos, pues requiere una inversión en los largos plazos sociales y culturales. Mientras nuestros políticos jueguen en un terreno diferente al de Arzallus, no podrán derrotar al nacionalismo.

Por Pascual Tamburri Bariain, 20 de junio de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.