Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de septiembre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.
El pasado viernes tuve el privilegio de pasar la velada en Leiza. Muchos conocen hoy el pueblo de Patxi Zabaleta – el monaguillo etarra – batasuno que tantas esperanzas ha despertado entre los ilusos y los necios de la política provincial. Algunos recuerdan que fue y es para siempre el pueblo de José Javier Múgica, el concejal de UPN asesinado por Eta en julio de 2000, un patriota sin miedo y sin tacha. Pocos saben, sin embargo, que Leiza es el escenario de un genocidio.
Pues bien, yo tuve el raro privilegio de charlar y cenar con las víctimas de ese genocidio. Españoles perseguidos por el hecho de serlo, gentes de bien amenazadas de muerte por no admitir en sus vidas la mentira y el error. Futuras víctimas, si consideramos el hecho probable de que uno u otro de ellos muera entre la indiferencia casi general. Víctimas ahora mismo, si tenemos en cuenta la vejaciones, malos tratos y presión social de que son objeto cada día.
Un joven guardia civil ha muerto en Leiza al servicio de España. Uno más entre cientos, a lo largo de décadas. Cada uno de ellos es una negación de la vigencia efectiva del sistema de libertades en el País vasco y buena parte de Navarra. Sus muertes son un acto de impotencia por parte del Estado, y un Estado impotente está condenado a cambiar o a desaparecer.
Pero más grave aún que sus muertes, si cabe, es la vida que se ven obligados a llevar. Los jóvenes españolistas de Leiza, vascoparlantes, no han podido elegir un modelo de escolarización, sino que han tenido que pasar por un sistema educativo radicalmente teñido de nacionalismo. El concejal Silvestre Zubitur, de UPN, ha renunciado a la escolta en un acto de gallardía propio de otro siglo. Hay una democracia muy limitada, pues el PSOE, que obtendría representación municipal, no consigue encontrar diez personas dispuestas a aparecer en una lista electoral. Los hijos y las mujeres de los guardias civiles y de los españolistas más significados padecen la presión cotidiana de un nacionalismo que es irremisiblemente totalitario. Todo signo de libertad y de vida de la nación española es metódicamente erradicado por la mayoría municipal batasuna y nacionalista.
Y sin embargo confieso que volví de Leiza cargado de esperanza. En lo más profundo del país nacionalista, pese a todos los errores, a todas las cobardías y a todas las concesiones, España está viva. Hay jóvenes y adultos, hombres y mujeres, que creen en España, que viven por España y que ofrecen conscientemente cada mañana su vida a España. No se trata sólo de la presencia reconfortante del cuartel y de su bandera, que el joven cabo muerto miró sin duda poco antes de morir. Se trata de algo inmensamente más íntimo, de una llamada profunda del país, que desde sus raíces, en vascuence y en castellano, en defensa de su ser y de su destino, empieza a gritar ¡basta! ¡A cualquier precio, basta ya!
Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de septiembre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.