Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de septiembre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.
El nacionalismo vasco es la última comunidad política xenófoba, racista y totalitaria que existe legalmente en Europa. Su proyecto político arranca de un alucinado decimonónico, atraviesa más de un siglo de muerte y terror y se basa exclusivamente en una mentira. Una nación que no existe, con unas características nacionales diseñadas por los propios nacionalistas, frente a dos viejas naciones europeas – Francia y España – en las que las gentes de lengua vascuence han participado con gloria durante milenios.
Sin embargo, el nacionalismo avanza. Se escandalizarán los políticos profesionales y dirán que esto no es cierto y que los datos electorales muestran un cierto estancamiento del voto nacionalista. Y ahí radica el problema: que mientras los políticos al uso quieren y obtienen sólo el voto de la gente, los nacionalistas buscan sobre todo el corazón de esa misma gente y su integración constante en el proyecto nacionalista.
No cabe duda de que a los nacionalistas les gustaría superar en Navarra su techo electoral histórico del 15 – 18 %. Pero se dan por muy satisfechos cuando saben y comprueban que más de la mitad de los niños y jóvenes navarros se escolarizan en vascuence o con el vascuence como asignatura, lo que es en Navarra un claro signo ideológico. O cuando sus sindicatos estudiantiles y sus grupos juveniles, aun con muchos problemas, se han demostrado capaces de movilizar más jóvenes que todos los partidos democráticos juntos, y de mantener simultáneamente abierto el frente de la kale borroka, su ambiente juvenil montañero y deportivo, sus bares y zonas de ocio y el reclutamiento de Eta y de Batasuna.
La diferencia más grave está en que el nacionalismo, y especialmente el mal llamado «radicalismo», sí tiene una política juvenil. Se puede hacer política entre los adultos ofreciendo crecimiento económico, infraestructuras, inversiones y resultados. Pero a un joven con ideales políticos hay que ofrecerle pasión y cauces para esos ideales. Una política de juventud es eso, y no esencialmente el fomento del asociacionismo, del deporte o de la práctica sexual «responsable». Lo que es más, si se gasta dinero público en juventud sin tener una política juvenil se corre el riesgo de que ese dinero termine en manos de quien sí la tiene. En este caso, el nacionalismo.
Un joven que no sea nacionalista, que se sienta español y desee expresar ese amor en la vida asociativa y política no tiene cauces. Es excusable que suceda esto en el País Vasco, con las instituciones en mano nacionalista y con un clima social muy difícil. Pero es inexplicable en Navarra.
El destino de ese joven, hoy por hoy, si quiere permanecer fuera del mundo nacionalista, es agregarse al inmenso rebaño de jóvenes que viven en y para la «cultura del fin de semana», individualista y hedonista, desde luego no nacionalista, pero para nada interesante en la defensa de la nación española. Y si se obstina en querer servir a su comunidad, en potenciar sus valores propios y en defender su identidad, es posible que acabe en las redes del nacionalismo.
Una política juvenil es necesaria. Un partido españolista no puede permitirse, en ninguna Comunidad Autónoma, el lujo de tener una rama juvenil únicamente destinada a ser vivero de futuros cargos públicos. Si se actúa así, no sólo se renunciará a la formación de la juventud más inquieta, sino que se reunirá un selecto ramillete de futuros políticos profesionales. No darán problemas de activismo y de tesón ideológico, es verdad; pero a cambio se habrá entregado al rival el futuro del país.
Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de septiembre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.