Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de septiembre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.
España es una democracia. No sólo porque los españoles eligen con sus votos a sus gobernantes locales, regionales y locales, sino sobre todo porque funciona razonablemente el sistema de libertades y porque los contrapesos constitucionales han garantizado durante décadas una muy necesaria paz pública. Matices aparte.
Sin embargo, en el mundo la situación más normal no es la misma. La mayor parte de los regímenes carecen de oposición legal, aunque a menudo haya una ficción de elecciones. Los opositores efectivos son secuestrados arbitrariamente, torturados y asesinados, denigrados en las escuelas y en los medios de comunicación, condenados al exilio o la muerte. La imagen del gobernante, omnipotente y omnipresente, ocupa un lugar central en la vida del pueblo. Nadie lo eligió, pero se le prodigan las manifestaciones de lealtad y de servilismo. No hay, en definitiva, ni democracia, ni libertades, ni Estado de Derecho.
España se enfrenta, en su frontera meridional, a uno de estos países. Marruecos no es, a los ojos de Estados Unidos, una amenaza mundial como Irak. Pero, para España, es una amenaza mucho más cercana y presente. Marruecos no es tampoco, pese a sus elecciones recientes, una democracia. Sus minorías lingüísticas son perseguidas en un verdadero genocidio. Los que serían sus partidos más votados – la izquierda y el islamismo – están fuera de la ley. Un país extranjero, el Sahara que fue español, ha sido invadido, anexionado y colonizado, sus habitantes reprimidos y sus recursos expoliados durante una larga guerra. Su rey es un monarca absoluto que controla el poder real independientemente de cualquier elección. Y una casta privilegiada que abusa de su propio pueblo es capaz de enfrentarse a España para obtener dos ciudades españolas. Mientras, millones de marroquíes son empujados a las costas de España y el narcotráfico mueve miles de millones.
España tiene derecho a estar preocupada, y a tomar todo tipo de medidas de seguridad, frente a semejante vecino. Un país autoritario es siempre un socio potencialmente inestable y peligroso.
Y dentro de España también hay un foco canceroso de autoritarismo. El País Vasco de Javier Arzallus es, en sustancia, muy similar al Marruecos de Mohamed VI, aunque tal vez en el Rif haya más libertad real que en el Goyerri. Hay sin embargo una gran diferencia, desde el punto de vista del pueblo español. Frente a Marruecos hay que tomar precauciones y cautelas, porque es un país extranjero e independiente. Frente al nacionalismo vasco basta aplicar la Constitución y las leyes, porque no existe la nación vasca ni el Estado vasco, y por consiguiente ese autoritarismo con sus consecuencias asesinas puede desaparecer si existe la voluntad de llevar a aquellas provincias la verdad y la libertad, fundamentos necesarios de la paz.
Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de septiembre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.