La innecesaria polémica de los símbolos y las banderas: ideas claras en Europa

Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de octubre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.

El homenaje a la Bandera celebrado por el Alcalde de Madrid y la Armada en la plaza de Colón ha despertado una polémica artificial en toda España. Como vino a sentenciar José María Aznar, «algunos aún viven acomplejados por el pasado». Los nacionalistas ven en la bandera constitucional el símbolo de un patriotismo que, por real, no desean ver renacer. No pocos izquierdistas se avergüenzan de una bandera y de un patriotismo que no son patrimonio de la derecha, sino riqueza de todos los españoles. Y hasta hay gentes del centro y de la derecha que son aún sensibles a las críticas que en este sentido puedan hacer los Anasagasti, los Pujol o los Maragall. La bandera, aunque a algunos no guste, es uno de los símbolos suprapolíticos del pueblo español.

Italia, país hermano y por tantas razones vecino, vive en estos días una polémica similar aunque mucho menos apasionada. La ministro de Educación, Letizia Moratti, ha defendido que imperativamente, en todas las aulas, colegios, tribunales, mesas electorales y oficinas públicas de la República, se restaure la presencia del crucifijo y de la bandera nacional. Una iniciativa legislativa de la Liga Norte, anunciada por Umberto Bossi – ministro y socio electoral del centro derecha cisalpino -, tratará de desarrollar esta idea.

No se trata, en opinión de la coalición gobernante en Italia, de un hecho político o religioso. Italia, como España, es un país democrático constitucionalmente laico. Pero han descubierto en Italia que el cristianismo, además de una realidad religiosa, y por consiguiente de fe, y en último extremo libre e individual, es un hecho que afecta a la identidad colectiva. Como el patriotismo, y dentro del mismo patriotismo.

Italia, como España, es un país radicalmente cristiano. Cristiano en su historia, cristiano en sus costumbres y su cultura, cristiano en esa identidad colectiva cuya existencia se recuerda sólo en tiempos de crisis. Un italiano, como un español, puede no ser cristiano, pero ha de admitir que su cultura, su pueblo y su nación, como su historia, sí lo son. Y por esa historia existen los países.

Para Bossi, los tiempos de crisis han llegado: sin una profunda conciencia de los elementos que han hecho y hacen vivir la comunidad nacional, ésta se disolvería en una polvareda de individuos y de intereses individuales. Así, los ciudadanos deben adquirir sentido de pertenencia si se desea que el país no desaparezca arrollado por los grandes fenómenos demográficos y culturales que acompañan a la globalización. Por eso la cruz en las escuelas es mucho más que un símbolo religioso. Es un distintivo de reconocimiento. Como la bandera nacional.

De modo más suave y lento, en España avanza en el mismo sentido. Tras la bandera en Colón llegó la reintroducción de la cultura religiosa en el currículo común de la enseñanza secundaria. En definitiva, ante la globalización, los problemas de España y los de Italia son similares. En el caso de España, la cuestión de los símbolos identitarios en los edificios públicos y en la educación tiene además una gran importancia interna. Durante décadas, no sólo han desaparecido, como en Italia, todos los símbolos nacionales; en nuestro país han florecido los símbolos regionales como alternativa a lo español y no como natural complemento. Con crucifijo o sin crucifijo, España tiene ahora la oportunidad de educar a una generación en verdadera libertad y conciencia de pertenecer a esta nación.

Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de octubre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.