Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de octubre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.
Hace unas semanas, el Partido Popular dio a sus cargos públicos una consigna de silencio y prudencia. Silencio y prudencia, se entiende, al rebatir a los nacionalistas o al entrar en polémica con ellos. Cautela, en suma, al juzgar la aplicación y las consecuencias del programa independentista del nacionalismo vasco. Moderación incluso, al referirse a Ibarretxe y sus aliados.
Fue probablemente una decisión acertada. La convivencia nacional gana poco con más crispación en los medios. Las posiciones políticas están cada vez más definidas, al menos en el País Vasco y en Navarra, de modo que los dos frentes políticos resultan cada día más compactos. No es fácil convencer a nadie, ni la artillería periodística sirve para otra cosa que para enrarecer más el ambiente. No se trata de una carencia de ideas, sino de una razonable prudencia.
El ambiente es, en todo caso, irrespirable. No se está librando una lucha política entre nacionalistas y no nacionalistas, porque aunque con Arzallus y Otegui sólo hay nacionalistas, también los hay no independentistas, camuflados, temblorosos, del lado de Aznar. Tampoco es sólo una lucha entre demócratas y antidemócratas, porque aunque todos los que están — estamos — del lado de España son demócratas, también hay quienes dicen ser demócratas entre los independentistas. Mucho más sencillamente, es una lucha por la libertad. Libertad que incluye la democracia, pero también muchas otras cosas, empezando por el derecho a existir de una vieja nación, España, y por el derecho a vivir de los que, siendo españoles como lo son vascos y navarros, desean seguir siéndolo.
La cautela ha dado seguramente sus frutos, sean o no visibles. Sólo el PSOE debe aún definirse, en medio de todo este disparate, y la cautela del PP va orientada más bien a ese campo. Definirse, hoy, en aquellas cuatro provincias, implica elegir campo. No hay lugar a un tercer partido, «neutral»: o se aceptan las mentiras del nacionalismo, sus proyectos y su muerte, o no se aceptan. Y esto con todas las consecuencias, como bien sabe Izquierda Unida.
Cosa distinta es qué puede hacerse para preparar el siguiente asalto, según los ritmos que el nacionalismo marque con su delirio y probablemente en un momento en el que la contención será imposible. Los defensores de la libertad y de España, que todo es uno, se enfrentan a un mal moral, que es la mentira, más grave incluso que los asesinatos y el terror nacionalista. En los grandes centros de poder, en Madrid, ha de saberse que la situación es cada día más grave, aunque no sea conveniente hablar continuamente de eso. Si faltasen los análisis precisos y las propuestas de soluciones ante la ofensiva del PNV y Eta, es seguro que entre los españolistas que se manifiesten el próximo sábado en San Sebastián no faltarían ideas.
Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de octubre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.