Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de octubre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.
Romano Prodi debe explicarse. Como Presidente de la Comisión Europea goza de privilegios enormes. Esos privilegios, su influencia y su envidiable posición tienen su razón de ser en la construcción europea y en los intereses generales de la Unión y de sus pueblos. Sin embargo, esos pueblos nunca han elegido a Romano Prodi. Y, por lo tanto, el locuaz político italiano debe medir con más tiento sus palabras.
Romano Prodi cree que la política de equilibrio presupuestario es errónea. Sus razones tendrá. Entre otras cosas, es su especialidad como académico, en los ya lejanos tiempos en que impartía lecciones en Bolonia. Pero sus supestas cualidades como investigador, y menos aún sus hipotéticas capacidades como estadista, no le autorizan a condicionar la política de las naciones europeas.
Los países europeos, representados por sus gobiernos democráticos, optaron conjuntamente por la estabilidad financiera, por la reducción programada del déficit público y por el saneamiento de las Haciendas. Todo esto está muy lejos de ser dogma de fe, y de hecho desde las mismas páginas de elsemanaldigital.com se ha discutido con frecuencia la oportunidad y la bondad de tales decisiones. Pero lo cierto es que los ciudadanos, los electores, los contribuyentes, la gente en definitiva, se ha mostrado una y otra vez de acuerdo con la idea general de que los políticos no deben gastar el dinero que no tienen, y que en todo caso deben gastar con prudencia.
Romano Prodi pertenece a la casta de políticos que se consideran por encima de la gente. Democristiano de la vieja guardia, pasó con armas y bagajes a la coalición comunista que gobernó Italia antes de la Casa de las Libertades. Prodi no ha obtenido nunca una mayoría cualificada de los votos en su propio país. Como gobernante fue un fracaso absoluto, y procuró a Italia muchos de sus actuales problemas. Preside la Unión Europea como resultado de una serie de alianzas de pasillo entre políticos profesionales. Pero su legitimidad democrática es nula.
Romano Prodi haría mejor en callar. Los partidos, los políticos y las instituciones están para servir a los pueblos, y no para servirse de ellos. Y menos para propagar desde lo alto opciones ideológicas que la gente ya ha rechazado para siempre. La izquierda europea no cree demasiado en la democracia, porque el pueblo suele opinar lo contrario que personajes como Prodi. Los gobiernos democráticos nacionales, como el español, pueden hacerle callar antes de que haga más daño a la convivencia en el Continente.
Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de octubre de 2002.
Publicado en El Semanal Digital.