Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de enero de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
Hay una profesión en España extremadamente áspera y desagradecida: ser «aznarólogo» conlleva muchos gastos, bastantes cavilaciones y pocos resultados. El hundimiento del Prestige hizo prever inmediatas y drásticas crisis de Gobierno, a unos, y movimientos inesperados, a otros. Y Aznar, como suele, no hizo nada de lo esperado. Los ministros implicados, los más atacados por la oposición y por los hechos, siguen en pie. Nadie apostaba por Jaume Matas, por Álvarez Cascos, o incluso por Arias Cañete, y sin embargo ahí siguen.
Claro que tampoco es envidiable el oficio de ministro en un gabinete Aznar. El presidente suele preferir que quien se equivoca purgue sus culpas en el ministerio y no fuera de él, trabajando para reparar errores y sobre todo entre la conmiseración pública. Porque, además, los ministros de Aznar saben tanto de su destino político como sabían los de Francisco Franco: las decisiones de Moncloa sorprenden casi siempre, al menos a los no avisados.
Los ministros más discutidos del Gobierno lo saben bien. En el fondo, para alguno de ellos, la dimisión habría sido un mal menor, pero en los Gobiernos de Aznar no hay dimisiones, sino remodelaciones. Saldrán antes de primavera los ministros Piqué y Matas, dos de los peor situados, pero saldrán para encabezar importantes listas electorales.
Ya hay elementos para valorar en su conjunto la obra de los que se van, o probablemente se van, o tal vez se vayan. De Jaume Matas, por ejemplo, hay luces y sombras. En un ministerio más representativo que operativo, Matas tenía que conseguir para el Partido Popular un marchamo ecologista que el pueblo español siente cada vez más. No lo ha conseguido, y la imagen «verde» del Gobierno es hoy peor que al inicio de la gestión de Matas.
No se trata sólo de hacer política, sino de realidades tangibles. Y la penitencia que José María Aznar haya impuesto a Matas, y a otros, no basta para remediar lo hecho, y lo no hecho. España es hoy, en muchos asuntos, mejor que en 1996 y que en 2000, pero no precisamente desde el punto de vista medioambiental. O del agrícola, pero ése es otro asunto.
La necesaria marcha de Matas a Palma de Mallorca abre nuevas perspectivas para el partido Popular. Terminada la penitencia del réprobo, es la ocasión de relanzar el Ministerio con un político o un técnico de primera fila, y sobre todo con una persona convencida y consciente de su misión. Una misión que será doble: por un lado restaurar en lo posible la imagen pública. Por otro, mucho más importante, hacer que España sea dentro de cuatro años el país de Europa con la legislación «verde» más estricta y eficaz, donde se planten más árboles, donde se sancione más a los transgresores y donde más se eduque a los jóvenes en el amor por la tierra y por el país. Que tenga suerte Matas. Que tenga aún más suerte, Prestige aparte, su heredero.
Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de enero de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.