Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de abril de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
El Papa representa una fuerza que nadie puede ignorar. Pero los valores del espíritu, de la vida, de la comunidad, del sacrificio y del amor son hoy ignorados y marginados.
Juan Pablo II viene a España veinte años después de su primer viaje. Una visita breve, como imponen las circunstancias, su salud y su edad. Una visita que aparentemente todos desean y nadie tratará de apropiarse, porque ciertamente el Papa no viene contra nadie ni tampoco a intervenir en la vida política española.
Esto no quiere decir que la presencia de Juan Pablo II en Madrid carezca de importancia política. La tiene, y más de la que muchos estarían dispuestos a admitir. El Papa no es sólo el Jefe del Estado de un minúsculo territorio en Italia, sino que representa una fuerza y encarna una autoridad que nadie puede permitirse ignorar, incluso hoy, e incluso en la opulenta España de 2003.
Hay poderosos intereses mundo del siglo XXI que quieren definir el porvenir desde los valores de la modernidad. Los principios ilustrados representan aún hoy, pese a tres siglos de dolor y de fracasos, la utopía de futuro que se ofrece a las jóvenes generaciones. Individualismo, materialismo, hedonismo e inmanentismo son los ejes por los que discurre la globalización y por los que se pretende encorsetar a todos los pueblos libres del mundo. Los valores del espíritu, de la vida, de la comunidad, del sacrificio y del amor son ignorados y marginados, cuando no despreciados o perseguidos.
Sin embargo, la realidad nos muestra una sociedad crecientemente insatisfecha en su inusitada riqueza. No basta ser rico para que la vida de una nación sea sana y fecunda, y la natalidad y el estilo de vida de la juventud española en su gran mayoría bastan para que sea necesario un examen de conciencia colectivo. Para que España y Europa sean libres, fuertes, sanas y poderosas no basta el progreso político, el triunfo económico del capitalismo o la instauración social del liberalismo. Juan Pablo II es testigo, más allá incluso de la fe católica concreta propia milenariamente de España, de que es posible, necesaria y urgente una variación de rumbo.
Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de abril de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.