Por Pascual Tamburri Bariain, 14 de junio de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
«¿Sabremos, nos atreveremos algún día a describir toda la ignominia que nos tocó vivir?» Alexandr Soljenitsin escribía hacia el final de su «Archipiélago Gulag» estas palabras terribles. Lo peor de un régimen tiránico es, en efecto, que niega su propia identidad a las cosas, deforma la realidad y con ella deforma las personas. Así sucedió en aquel experimento bestial de sufrimiento humano, la Unión Soviética. Así sucede aún hoy, muy cerca de nosotros.
En el mundo siempre ha habido y siempre habrá dolor, injusticia y muerte. Pero al ciudadano libre siempre le queda la posibilidad de conocerlos, de señalarlos y de combatirlos, de uno u otro modo. Y en el peor de los casos le queda la conciencia de sí mismo, la plena posesión de su identidad individual y de los fundamentos de su vida en sociedad. Un régimen tiránico no se distingue sólo por un grado mucho más elevado de dolor y miedo, sino sobre todo por negar esa identidad.
El pasado sábado tuve ocasión de asistir al acto de constitución del Ayuntamiento de Alsasua. Se trata de un núcleo urbano del norte de Navarra, recreado por la industria y por la inmigración, con altísimos porcentajes de voto etarra, en el que el 25 de mayo por primera vez Unión del Pueblo Navarro obtuvo dos concejalías. Faltaron exactamente tres votos para la tercera concejalía, que habría permitido un Ayuntamiento constitucionalista en conjunción con el PSOE. Incidentalmente, ese tercer concejal habría sido yo mismo. Pero poco importa todo esto ahora.
¿Qué diríamos de un régimen que no respetase la legalidad en la que él mismo se funda? Diríamos que se trata de un totalitarismo revolucionario. ¿Qué diríamos de un régimen que afirmase la existencia de una voluntad popular ajena al voto mayoritario de los ciudadanos? Diríamos que se trata de algo ajeno a la democracia. ¿Qué diríamos si una parte de las fuerzas políticas conspirase abiertamente contra sus opositores, amenazados éstos de muerte? Diríamos que se trata de un régimen terrorista.
Pues bien, la vida municipal que el nacionalismo vasco desea en Alsasua y en todos los municipios donde está presente es esa: el nacionalismo se permite otorgar legitimidad o no dependiendo del origen de los ciudadanos -no valen los votos de los no nacionalistas vascos-, se arroga la potestad de modificar a su capricho las Leyes del Estado y fomenta abiertamente un clima de crispación y de intolerancia próximo al linchamiento.
Los matones del nacionalismo se permitieron vejar, insultar y amenazar a todos los no nacionalistas -concejales o no-. Y no se trata de un exceso verbal: allí pude contemplar, durante unos minutos, cómo todas las leyes, todas las normas y todos los códigos no valen nada para el nacionalismo. Éste ha creado un embrión revolucionario de Estado totalitario y antidemocrático. Es preciso extirparlo de inmediato y a cualquier precio. No sólo por comodidad personal, ya que pienso acudir en lo sucesivo a todos los plenos de aquel Ayuntamiento, sino sobre todo para que no tenga razón Lenin, el torturador de Soljenitsin, el maestro de Otegui y quién sabe si de Arzallus: «¿Libertad? ¿Para qué?».
Por Pascual Tamburri Bariain, 14 de junio de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.