Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de julio de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
Mientras en la sociedad vasca no se den condiciones para la crítica racional y ética, los poderes del Estado estarán obligados, en democracia, a arbitrar todos los medios legítimos en defensa de la vida de los ciudadanos y de la unidad nacional.
Eta tiene un único objetivo: alterar la normal convivencia entre los españoles. Su «campaña de verano», una vez más, trata de sembrar el miedo entre los turistas extranjeros, de empobrecer a España y de minar los recursos del Estado. Eta, duramente golpeada por las Fuerzas de Seguridad, es todavía capaz de atentar y de matar, y sobre esto no hay que llamarse a engaño.
Pero Eta no es el problema. Hay una región entera de España, y cierta parte de otra, en la que las instituciones democráticas están dominadas por los enemigos de la convivencia pacífica. Puede pensarse que sólo los etarras son enemigos de esa convivencia, pero sería iluso pensar así. Los nacionalistas, armados o desarmados, no pueden ver España en paz y en prosperidad. Esa paz y esa prosperidad refutan los dogmas sabinianos, y resultan tan odiosas para Otegui como para Arzallus.
Los nacionalistas vascos no son patriotas. Su problema no es el amor, tan excesivo como se quiera, por la patria chica. El amor al País Vasco, o a Navarra, o a la lengua vascuence, no es privativo ni distintivo de los nacionalistas. Los nacionalistas vascos se distinguen por su odio a España, a lo español y a los españoles. Y mientras esa grave enfermedad espiritual no se cure el nacionalismo será un problema.
El nacionalismo es un error intelectual, pero no es suficiente su crítica racional. El nacionalismo es un error moral, pero no basta su crítica ética. El nacionalismo es un proyecto de muerte, de destrucción y de mentira, como acaba de verse en la provincia de Alicante. Mientras en la sociedad vasca y en la sociedad navarra no se den las condiciones de libertad y de seguridad precisas para esa crítica racional y para esa crítica ética los poderes del Estado estarán obligados, en democracia, a arbitrar todos los medios legítimos en defensa de la vida de los ciudadanos y de la unidad nacional. Por grandes que sean los éxitos policiales, en esta tarea no cabe descanso.
Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de julio de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.