La impotencia de la civilización urbana

Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de agosto de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.

El apagón de Norteamérica es una consecuencia del predominio de la ciudad, agravada por el estilo de vida occidental. Una secuencia insólita de fallos ha resultado en el caos. Hay que aprender de estos errores.

La civilización occidental -que tiene su cuna en Europa, su centro en Estados Unidos y su dominio en el mundo entero- es una civilización esencialmente urbana. Sin las ciudades, sin el estilo de vida urbanita y sin todo lo que va asociado al urbanismo no puede entenderse el actual Occidente, del que España forma parte.

Ahora bien, en esta civilización y en todas, las ciudades son una realidad sorprendentemente frágil. Los habitantes de la ciudad no producen sus alimentos, ni su energía, ni su iluminación, ni sus materiales de construcción. Las ciudades, y los ciudadanos, dependen de un amplio territorio (que en algunos casos es prácticamente todo el planeta) para cubrir sus necesidades básicas. A cambio, en las ciudades se transforman los productos naturales, se aportan servicios complejos y ser añaden plusvalías a los bienes primarios.

Es una división de funciones más o menos razonable, en la que cada época y cada cultura halla un equilibrio propio y diferente. Lo característico de Occidente desde la Ilustración es precisamente un desequilibrio radical a favor de la ciudad. La subordinación del mundo no urbano no es ya sólo jerárquica (como es lógico), sino incluso material. Por primera vez en la historia de la humanidad no sólo los gobernantes y los poderosos viven en ciudades, sino que además la mayor parte de los hombres y mujeres viven en ciudades. Frágiles ciudades.

El apagón de Norteamérica es una consecuencia de ese predominio de la ciudad, agravada por el estilo de vida occidental tardío, muelle y costosísimo en materias primas y en energía. Una secuencia insólita pero no imposible de fallos ha resultado en el caos. Y ese caos no es sino el anuncio de lo que puede ser el futuro: el hiperurbanismo occidental es débil, y coloca en riesgo la vida de decenas de millones de personas por un prurito ideológico y por incalculables intereses especulativos. El apagón de Nueva York lo ha demostrado tanto o más que los atentados del 11-S.

España tiene algo que aprender de todo esto. El proceso de urbanización de nuestro país ha sido más veloz y desordenado que en el resto de Europa. Más que en el resto de Europa, grandes extensiones del territorio nacional, más o menos inútiles para el nuevo estilo de vida, se han abandonado. Frente a futuras crisis, también España deberá buscar un modelo de desarrollo más sólido, más sostenible, y, en consecuencia, menos urbano y menos lastrado por las taras de un progresismo dogmático.

Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de agosto de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.