Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de agosto de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
El portavoz del Gobierno vasco, Josu Jon Imaz, ha afirmado que si la propuesta de libre adhesión al Estado de Juan José Ibarreche no se aprueba en todos los territorios vascos el proyecto «nacería cojo». Sólo con la llamada «territorialidad» -aspiración de todos los nacionalistas recogida en la vieja «alternativa KAS»- sería para el PNV viable la independencia. Que es el objetivo último del nacionalismo.
Pero los nacionalistas vascos, a pesar de su afición al mito y de su gusto por la historia-ficción, tienen buenas dosis de realismo político. Así, por lo que se refiere a Soule, Baja Navarra y Labourd -el oficialmente inexistente «País Vasco francés»- todos dan por hecho que su incorporación al nuevo Estado será cosa de algunos siglos, al menos mientras persista el sentido francés de la nación y del Estado. En definitiva, aquellos valles bucólicos no son ni geográficamente ni demográficamente necesarios para configurar la nueva Albania del Cantábrico. También se ha silenciado el nunca desmentido proyecto imperialista de Krutwig. Ahí, pese a la inevitable retórica, el pragmatismo prevalece sobre el proyecto nacionalista.
Las tornas cambian cuando nos referimos a los «territorios» de Álava y de Navarra. Desde un punto de vista simbólico, pero también económico, estructural y humano, sin Álava no es posible ninguna forma de «Estado» separatista. Tal vez sí sin Navarra, pero renunciando a sus mejores bazas geopolíticas. Y la cuestión es grave desde todos los puntos de vista, porque el proyecto nacionalista choca en estas dos provincias tanto con la identidad objetiva de una y otra (cosa que también sucede en Vizcaya y Guipúzcoa, por lo demás) como con la voluntad subjetiva de una amplia mayoría de los ciudadanos. Así las cosas, en los próximos meses y años, si el nacionalismo desea avanzar hacia su meta, deberá conquistar en Álava y en Navarra las posiciones que no posee.
Los nacionalistas de 2003 son más dados al cine que al estudio de la historia; pero por cualquiera de los dos caminos muchos han recordado en los últimos años la figura de Michael Collins y las difíciles circunstancias de la independencia irlandesa. Es bien sabido que el caso del nacionalismo irlandés nada tiene que ver con el vasco, pero también en esto la verdad importa menos que la percepción nacionalista. Más de un político de esa filiación, en efecto, se ve a sí mismo como un nuevo Collins, renunciando temporalmente a una «provincia rebelde» (el Ulster, Navarra) a cambio de una independencia gradual y negociada. Navarra, infestada de «lealistas», quedaría como objetivo para siguientes generaciones de nacionalistas, dotados, eso sí, de un Estado «provisional» triprovincial y de fuerzas armadas propias.
Puede parecer una elucubración excesivamente despegada de la realidad histórica, y en efecto lo es; pero el nacionalismo se mueve desde esos parámetros. Algunos nacionalistas querrán Navarra ahora; otros estarían dispuestos a posponer su anexión. Ninguno, en cualquier caso, estaría dispuesto a dar por buena definitivamente la voluntad reiteradamente expresada de los navarros y la plasmación histórica de su identidad.
Pero donde el problema se hace urgente, además de grave, es en Álava. Sin Álava no hay posible independencia. Un cuarto de siglo de gobierno nacionalista y miles de millones invertidos en cultura, educación, propaganda y captación de voluntades aún no han bastado, porque Álava tiene una mayoría política y social no nacionalista. Y sin embargo, el nacionalismo tiene bien fundadas esperanzas. La posición del PSOE-PSE, que está dispuesto a negociar una alternativa al plan Ibarreche, abre las puertas a cualquier hipótesis. El nacionalismo irlandés del siglo XX, sea el posibilista de Collins o el intransigente de Eamon De Valera, tenía una ventaja sobre el PNV y sus aliados armados, y es que Irlanda era y es una nación, cosa que «Euskal Herria» no es ni ha sido nunca. Pero, a cambio, en Irlanda no existía un partido socialista interiormente dividido y en parte dispuesto a cualquier concesión con tal de conseguir el poder. Y este ejemplo histórico debe tenerse muy en cuenta en Álava, y en Navarra.
Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de agosto de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.