El euskera necesita una defensa mejor

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.

El euskera, eusquera, éuscaro, éusquero o vascuence -pues todos estos nombres tiene en romance castellano moderno- es un conjunto de hablas no indoeuropeas singularmente preservadas a caballo del Pirineo Occidental, entre dos naciones y tres regiones de Europa. Su importancia filológica y cultural es incalculable, ya que son el único testimonio vivo de las lenguas habladas en el Oeste de Europa antes de la primera oleada migratoria lingüísticamente indoeuropea. Su conservación hasta el siglo XXI es el resultado de una historia peculiar que merece renovados estudios, y que en cualquier caso tiene más que ver con la flexibilidad cultural y la sumisión institucional y política que con un hipotética e improbable resistencia indómita.

Pero el vascuence no es una historia, sino una lengua, la que surge de ese conjunto de hablas locales. ¿Y qué es una lengua? Un instrumento de comunicación, antes que ninguna otra cosa. Útil, y por consiguiente tan cambiante como los tiempos requieran. Una lengua no es titular de derechos ni de deberes, porque ontológicamente no puede serlo ya que no tiene personalidad; los derechos son de las personas. Personas físicas o personas jurídicas, individuos, asociaciones o comunidades, esto poco importa aquí: he ahí los sujetos de derechos, y no hay otros. La lengua puede ser vehículo de derechos, o si se quiere, en un caso extremo, signo de identidad de una comunidad humana titular de tales derechos, pero nunca portadora de derechos.

Ahora bien, el vascuence no es una lengua cualquiera. Se ha dicho y escrito a menudo, en el fragor de la batalla política que vivimos, que el euskera batua, la koiné vascuence, es una falsificación del verdadero vascuence, que sería sólo el vivo en las distintas hablas locales. La verdad, en este caso, tiene dos caras. Por un lado, es muy cierto que sin la existencia de una norma ortográfica y gramatical unificada y coherente el vascuence tendría una posición especialmente débil en la era de las comunicaciones globales, en la que la fragmentación y el mínimo número de hablantes nativos de cada dialecto haría tal vez inevitable una paulatina extinción. ¿Un batua necesario? La verdad, por otro lado, es que el euskera batua no siempre se ha usado con criterio -en especial allí donde el vascuence genuino nunca se ha dejado de hablar-, y sobre todo pesa a menudo sobre él una sospecha de politización abertzale que en muchos puntos resulta difícil de negar. En cualquier caso, contraponer dialectos y batua es simplificar las cosas y cerrar los ojos a una parte de la realidad.

La clave está, como siempre, en las personas, en los hablantes. No hay, virtualmente, hablantes monolingües de vascuence. Y el número de hablantes genuinamente nativos no crece demasiado, porque no cabe considerar hablantes nativos en sentido estricto a los hijos de castellanoparlantes euskaldunizados que sólo por razones políticas han decidido educar a sus hijos en vascuence. La política, aplicada a las lenguas, ha creado en Navarra una enorme distorsión. Nadie debería estar políticamente a favor o en contra de una convivencia entre lenguas dentro de una misma Comunidad; yo mismo desciendo de generaciones de bilingües o plurilingües, como muchos navarros, y si bien el último vascoparlante conocido se me murió … en 1836, nada tengo contra el vascuence, salvo el uso político que de él se hace por algunos. Pese a ellos, me encantaría tener alguna noción de esta lengua, para la que no deseo la suerte del perdido dalmático. Si las personas son el eje del problema, han de ser también el eje de la solución.

¿Qué solución? Nadie negará que para todos sería bueno separar el vascuence del debate político. No hay ninguna comunidad humana, titular de derechos políticos, que se exprese únicamente en vascuence. Esta lengua, en su variedad y en su unidad, es hablada por una minoría de los vascos y por una minoría de los navarros, que además dominan el romance desde hace muchos siglos. Porque el romance -el castellano, hoy el español por excelencia- es la lengua común a alaveses, guipuzcoanos, vizcaínos y navarros, y además, salvo que aceptemos mitos políticos pintorescos, nunca ha habido otra desde los albores de la Historia.

Sería meritorio que las autoridades promoviesen más -ya lo hacen- el vascuence. Sería excelente que los alumnos pudiesen elegir libremente su modelo lingüístico en el sistema educativo, no ya contando con la lengua común -el español- y la lengua de una minoría -el vascuence-, sino también con todas las lenguas de Europa. Sería excelente que pudiesen hacerlo en todas las Escuelas e Institutos, desde Vera hasta Cortes, sin coacciones, sin sugerencias sectarias del cuerpo docente, sin presión social, sin miedo y sin temor. Sería el mejor paso, y tal vez los nuevos modelos lingüísticos planteados por el Departamento navarro de Educación ayuden a avanzar en esto. Porque, en verdad, los vascoparlantes merecen algo mejor que ser empleados como arma arrojadiza en nombre de una nación que nunca existió.

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.