Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
Hay verdades permanentes que las circunstancias no hacen negociables; en una vieja nación democrática hay principios que están fuera de discusión. Uno de ellos, la unidad del pueblo español.
La plataforma cívica navarra «Libertad Ya» promueve en estas fechas un manifiesto popular contra la dinámica puesta en marcha por el gobierno autónomo vasco con la presentación del plan Ibarretxe. La iniciativa es parte de la reacción constitucionalista, o si se quiere jurídico-lealista, frente a la clara posibilidad de una ruptura total de la convivencia cívica en el País Vasco y en Navarra. Tierras en las que la libertad es sólo una palabra, y donde surgen, como ésta, iniciativas que van desde la tradición liberal de «El Sitio» en Bilbao hasta la manifestación popular que se promueve para el próximo día 13 de diciembre en San Sebastián.
La libertad, las libertades, exigen una defensa a todos los niveles, y en este sentido la iniciativa navarra -apolítica, transpolítica- merece todos los aplausos. El PNV y sus tropas auxiliares etarras quieren romper España, no sólo como sujeto institucional y constitucional -tras 25 años de razonable éxito-, sino también como espacio de libertad, y como comunidad humana milenaria. Precisamente por esto, la mentira nacionalista no debe combatirse sólo desde la política (ya que no es una propuesta sólo política) ni desde el Derecho (ya que la subversión que está ejecutando no es sólo jurídica): es precisa una defensa de la verdad, y de los valores ligados a ella en nombre de España, desde el pueblo vasco y desde el pueblo navarro.
En este sentido es exigible la mayor claridad, a todos los que se acerquen a la cuestión, sean doctos o legos, sean políticos o filósofos, sean de izquierdas o de derechas. Demasiado a menudo, las buenas intenciones y la más sincera oposición al imperialismo sabiniano se ha convertido en una rendición a las mentiras nacionalistas más peligrosas (aunque no a las más evidentes). Y tanto Arzallus como Ibarretxe saben explotar perfectamente las debilidades doctrinales del amplio frente que afortunadamente se les opone.
Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra no son España por la voluntad electoral expresada en un determinado momento por sus ciudadanos; son España porque nacieron de España, son otras tantas emanaciones históricas de la nación, que las precede y que les es superior. Sin desde luego jamás olvidar al único soberano: el conjunto del pueblo español. Si un día los vascos, o los navarros, o los baztaneses, o los de Maya, deciden ser independientes ¿tendrán razón por el hecho de ser mayoría dentro del recinto que los independentistas hayan fijado arbitrariamente? No «todo proyecto de gran calado ha de ser discutible». Hay verdades permanentes que las circunstancias no hacen más o menos negociables; en una vieja nación-Estado democrática hay principios axiomáticos que están fuera de discusión. Uno de ellos, la unidad del pueblo español. El límite a la «discusión» no puede ser ETA, su violencia o la falta de libertad, ya que los nacionalistas pueden hacer que ETA desaparezca si quieren: el límite es la verdad, única fuente de genuina libertad.
Por otro lado, es muy peligroso argumentar la españolidad de un territorio desde el bienestar, o desde «el desarrollo económico y social conseguido». Porque hacerlo así permite, a la inversa, argumentaciones futuras nacionalistas: cuando las cosas vayan mal, y en algún momento de los próximos años, decenios o siglos irán mal, este argumento miope serviría a los nietos de Arzallus. La enorme virtud democrática del frente lealista que se opone al sabinismo es su pluralidad y su unidad en torno a una idea española. Sin embargo, para que esa lucha sea efectiva ha de hacerse desde el rigor y desde la verdad.
Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.