Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
En Bruselas, España tiene que aprender una lección permanente: cada país debe defender sus intereses sin complejos sin acatamiento de ningún dogma francés o alemán.
El impune incumplimiento por Francia y Alemania del Pacto Europeo por la Estabilidad y el Crecimiento ha dado lugar a los comentarios más dispares y a las opiniones más extremas, desde la aprobación hasta el rechazo. No obstante, no es un acontecimiento novedoso, sino que se encuadra en una larga tradición bruselense. Porque todos los europeos son iguales, pero unos más iguales que otros.
Realmente, el debate debería centrarse en la novedad intrínseca del asunto -una sanción fallida que implica una grave injusticia comparativa, porque Portugal sí fue sancionado en circunstancias similares-. El bloque renano defiende sus intereses dentro de la Unión Europea, y consigue que su déficit excesivo sea tolerado, y en cierto modo aplaudido, mientras que nuestro vecino ibérico fue reprendido por los inventores de la norma -las mismas Francia y Alemania, en tiempos mejores para sus economías- y la misma España tuvo que hacer esfuerzos insólitos para incorporarse a tiempo a la zona Euro.
El éxito de España en aquel caso fue el inicio de la prosperidad económica de la era Aznar. En el caso de España, desde 1996 hasta la fecha, ha ido unido al rigor en el gasto público, y nadie puede negar que la receta -en este lugar y en este momento- ha funcionado. Una receta que, no lo olvidemos, a ambas orillas del Rhin fue diseñada para crear una «Europa» de dos velocidades, con socios mediterráneos y orientales de segunda clase. Llegada la hora, son las grandes y apolilladas economías mitteleuropeas las que van en el furgón de cola. Y sólo su peso político ha obligado a España a comulgar con semejante rueda de molino, por dos veces.
Hasta 2003, sin embargo, en la Unión Europea se habían salvado las formas, y aunque cada nación defendía su conveniencia -o la que creía tal- todo se hacía en medio de sonrisas y de declaraciones institucionales de fraterna cordialidad. Francia y Alemania han hecho algo muy positivo en este caso, abandonando la hipocresía. La Europa que se construye no es una nueva identidad nacional y estatal, sino una organización internacional a la que pertenecen Estados-nación plenamente soberanos y por consiguiente plenamente libres de defender por sus medios, dentro y fuera de la Unión, los que crean sus intereses.
Ha llegado para España la hora del realismo. Tal vez llegue en el futuro -por necesidad estructural y demográfica más que evidente- la hora de una Europa realmente unida. Pero esa Europa no es la de Bruselas. En Bruselas, España tiene que hacer de la necesidad virtud, y aprender una lección permanente: cada país debe defender sus intereses sin complejos, sin sumisión a ningún otro bloque de poder, y sin acatamiento de ningún dogma económico. Lo que ha sido bueno para España a comienzos del siglo XXI puede no serlo para otro país, o puede no serlo para el nuestro en el futuro. Sólo el servicio al pueblo español es un dogma inamovible.
Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.