Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
Un país libre con voluntad de seguir siéndolo no puede prescindir de una reflexión realista sobre su rol en la comunidad internacional y sobre sus posibilidades futuras. Rajoy ha abierto el debate.
La intervención de Mariano Rajoy el miércoles 26 por la tarde en la Casa de América de Madrid, titulada «España en el mundo», ha marcado el inicio de un debate, o más bien ha introducido en la campaña preelectoral un debate que ya existía. Un país libre con voluntad de seguir siéndolo no puede prescindir de una reflexión madura y realista sobre su rol en la comunidad internacional y sobre sus posibilidades futuras.
En los últimos años una serie de acontecimientos, de fenómenos y de procesos ha puesto en discusión dogmas diplomáticos que se consideraban eternos, y que habían sido respetados igualmente por Azaña, por Areilza y por Fernández Ordóñez, sin importar los cambios de régimen o de partido. Recordarlos es necesario para elegir un camino futuro para España.
En primer lugar, España ya no es una potencia decadente de segunda fila. El complejo de inferioridad ha terminado durante la era Aznar, de manera que una España más rica, más confiada, más ambiciosa y más fuerte como la actual tolera mal ya tanto la subordinación atlántica como la sumisión a Bruselas. José María Aznar ha convertido hábilmente la relación con el imperio americano en una cooperación reforzada; tocará a su sucesor reconstruir una Europa a la medida de nuestras necesidades o, en caso contrario, tomar en aquellos foros graves determinaciones.
En segundo lugar, nuestro país ya no puede ni quiere vivir a la sombra de otros. La defensa de nuestro territorio, de nuestras empresas y de nuestra riqueza, de nuestros ciudadanos y de nuestros proyectos ha de depender cada vez más o de nuestros medios o de alianzas en las que nuestra voz sea escuchada. Ha terminado la época ignominiosa de los acuerdos bilaterales serviles con Estados Unidos; las crisis de Perejil y de Irak han demostrado que ese vasallaje no puede ser sustituido por otro a los miopes intereses centroeuropeos. España es frontera de Europa, y si Europa no quiere defender nuestras fronteras habremos de ser nosotros quienes extraigamos las debidas consecuencias.
En tercer y último lugar, se perfilan en el horizonte amenazas nuevas o renovadas. Terminada ya la retórica franquista, tan falaz pero tan grata a Américo Castro de la «tradicional amistad con el mundo musulmán», son patentes las amenazas de todo tipo que incumbe sobre nuestro flanco Sur, que es el de Europa. Acabada la emigración española, el país se ha convertido en polo de atracción para millones de extranjeros que plantean problemas que sólo desde la más fanática militancia progresista pueden negarse. Terminada la pobreza, España tiene también intereses materiales que defender en grandes áreas del mundo, en las que antes o después nuestra presencia diplomática y hasta militar terminará por ser necesaria. Pues bien, tales son los retos que Rajoy se dispone a asumir. Si tiene suerte en marzo de 2004.
Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.