Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
En cuatro provincias españolas no hay libertad. Las «sociedades abiertas» triunfarán o no, pero ciertamente los gobernantes deben impedir la fosilización de una sociedad esclava de la mentira.
El paradigma liberal en estos comienzos del siglo XXI es la sociedad abierta de Karl Popper. Una obviedad, para algunos; una imposición ideológica, para otros. Pero lo cierto es que el análisis liberal, hoy, es ampliamente aceptado y tiene sólidas bases para que así sea. Nuestro actual modo de vivir se basa en el respeto de los derechos y libertades individuales, en el seno de sociedades políticas compuestas de individuos iguales, autodeterminados en cuanto a sus fines y potencialmente capaces de alcanzar la felicidad y el bienestar a través de esa libertad.
El modelo, a pesar de los pesares, funciona. España, que es un país moderno y democrático y que asume hoy el modelo liberal – individualista, es un país cómodo para vivir, razonablemente próspero y razonablemente respetado en el mundo. España es, pues, una sociedad abierta, tal vez no tanto o tan aparentemente como querrían algunos extremistas liberales carpetovetónicos, pero indudablemente es así.
No obstante, Popper hizo en su momento una doble constatación que se muestra también en la próspera España de José María Aznar, amenazándola. Por una parte, las sociedades de tradición europea, y entre ellas España, no han sido siempre sociedades abiertas, sino que históricamente han revestido otras formas y han sumido otros espíritus, no siempre individualistas, no siempre utilitaristas y no siempre liberales. Por otra, lo que es más, incluso en el seno de una sociedad abierta como esta España, hay resistencias a la plena asunción del modelo, sea por adherencias del pasado, sea por resistencia a las formas crudas de liberal-capitalismo, sea incluso por la proposición de alternativas. Y esta situación no sólo es amenazadora para las «sociedad abierta» como idea -lo que al fin y al cabo es un mal menor- sino sobre todo para la vida y las libertades reales de los españoles. Lo que sí es realmente preocupante.
En el Norte de España no hay libertad en el sentido de Popper y de sus seguidores; pero sobre todo no hay seguridad, no hay libertades, no hay paz pública. Y esto es grave para cualquier sociedad, sea abierta o sea comunitaria. El nacionalismo vasco es enemigo de la libertad; pero no sólo de la libertad como idea o como valor, sino ante todo de las libertades concretas y cotidianas. Esto tiene una consecuencia que puede no preocupar a los filósofos, pero que debe hacer pensar a los políticos: sin paz pública el Estado nacional pierde su legitimidad, porque un Estado no es sino un monopolio de la violencia legítima puesto al servicio de una comunidad. En cuatro provincias españolas esto no sucede, e Ibarretxe empeora con mucho la situación. Podremos ser partidarios o no de las «sociedades abiertas», pero ciertamente los gobernantes deben impedir la fosilización de una sociedad esclava.
Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de noviembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.