Frente al terrorismo, ningún optimismo innecesario

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.

ETA terminará el día en que sus enemigos dejen de intentar sutiles distinciones dentro del bando sabiniano, y en el que decidan plantear una alternativa sugestiva.

Muchos opinadores profesionales, bienpensantes ellos, creen en estas semanas que «ETA está dando sus últimos coletazos». La inactividad aparente de la banda armada, los éxitos policiales, los reiterados fracasos de los últimos años han hecho concebir, aquí y allí, esperanzas dispares de que el terror terminará independientemente de la situación política y social; y de que, además, ese final policial del grupo criminal incidirá positivamente en la política y en la sociedad.

De ilusiones también se vive, pero los hombres de Estado saben que no es así. ETA nace como hijuela marxista del nacionalismo y, siguiendo la estrategia revolucionaria clásica del maoísmo, se basa en dos principios: mantener una base social mucho más amplia que la minoría armada, y adaptarse tácticamente a cualesquiera circunstancias sin abandonar jamás la dinámica perversa de acción-represión-reacción. La historia de las últimas década demuestra que este tipo de movimientos sólo puede erradicarse por la doble desaparición de la base social y de la capacidad de reacción. En el País Vasco y Navarra, aunque las cosas van muy bien, no se dan los elementos para una esperanza tal.

Se ha teorizado mucho, incluso en ambientes oficiosos, sobre una próxima «grapización» de ETA, una cuasidesaparición que no acabaría con la violencia pero que la dejaría reducida a un bandidaje anecdótico. Si el fenómeno fuese puramente racional y cuantificable (recursos, armas, acciones) el análisis valdría la pena; pero en ETA hay mucho más que un fanatismo ultraizquierdista, y la banda abertzale no se enfrenta al destino de los GRAPO o de las Brigadas Rojas, y mucho menos al de la Fracción del Ejército Rojo.

ETA no nace sólo de una manipulación comunista cuajada en un proletariado radicalizado y en crisis. Si fuese así, la sociedad vasca y navarra, opulenta, masivamente de clases medias, no daría cobijo ni a ETA, ni a Batasuna, ni a ninguna opción política o social independentista. El bienestar y la prosperidad no son, en este caso, antídotos contra la confrontación civil. Ya se ha visto, y es estéril seguir sosteniendo imposibles. ETA existe porque el cincuenta por ciento de los vascos y tal vez el veinte por ciento de los navarros apoyan el independentismo de Ibarretxe, y porque unos cientos o miles de jóvenes encuentran eco cuando «piensan que no hay más camino que la lucha armada».

El nacionalismo independentista y asesino no se combate sólo con la represión policial (aunque ésta sea loable, y aunque deba extremarse y llevase a sus consecuencias lógicas), ni con la presión judicial, ni con la acción política e institucional. Todo esto es bueno y justo, pero no es suficiente. ETA terminará el día en que sus enemigos dejen de intentar sutiles distinciones dentro del bando sabiniano, en el que erradique el mal y la mentira sin timideces, y en el que decidan plantear a los nacionalistas de base, gentes celosas de su identidad, una alternativa sugestiva. Y española.

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.