Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
Un lobo disfrazado de cordero, que suscita confianza y simpatía en segmentos de opinión inalcanzables para el resto del nacionalismo, porque no infunde pavor a las clases medias conservadoras.
Patxi Zabaleta no es un hombre vulgar, ni su historia es una historia cualquiera. El líder indiscutido de Aralar es en sí mismo un testimonio de la Transición en el País Vasco y en Navarra, desde ETA hasta su nueva aventura política, pasando por muy diversos escenarios organizativos y profesionales. Pero con una constancia admirable en lo esencial: un nacionalismo vasco absolutamente radical, coherente e independentista, entreverado de un análisis marxista y revolucionario de la realidad. Y el conjunto adobado en una grata moderación formal y en una renuncia a la violencia.
La primera y más evidente contradicción del personaje y de su proyecto es, por supuesto, que esa renuncia a la violencia es estrictamente táctica, coyuntural y temporal. Zabaleta cree que el terrorismo, la guerra subversiva y la discordia civil son instrumentos políticos aceptables, que circunstancialmente no conviene emplear aquí y ahora. No se trata, en suma, de una aceptación serena del marco institucional de paz pública que el pueblo español -incluyendo aquellas cuatro provincias- se ha dado.
Zabaleta no es ETA, porque hoy no empuña las armas. Sin embargo, ¿quién puede decir dónde están las diferencias, o más bien los límites políticos e ideológicos, entre el PNV, Aralar, Batasuna, ETA e incluso cierta parte de IU y del PSOE? No hay diferencia en los fines últimos, no hay diferencias en el programa operativo y estratégico, hay una evidente aproximación táctica y todos estos actores tiene en común su deseo de desbancar al PP de poder nacional y a los partidos constitucionalistas de las instituciones regionales y locales.
Sobre todos sus aliados estructurales o circunstanciales, y desde luego frente a la mayoría de sus adversarios, el abogado Patxi Zabaleta tiene varias ventajas. La principal de ellas es que sabe dónde quiere llegar y qué medios tiene para hacerlo. Otra, no desdeñable, es que suscita confianza y simpatía en segmentos de opinión inalcanzables para el resto del nacionalismo, porque siendo independentista no infunde pavor a las clases medias conservadoras. Por último, como recientemente ha escrito en una polémica periodística local, es un nacionalista cabal, de los pies a la cabeza, que «quiere que el vínculo de la naturaleza esté por encima de lo que decida su voluntad». Frente a un rival de esta talla hacen falta hombres enteros y lúcidos, o habrá que esperar grandes y desagradables sorpresas políticas en la teóricamente «segura» Navarra.
Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.