Ayer se estrenó la tercera parte de El Señor de los Anillos

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.

Maestro indiscutible de la narrativa fantástica actual, J.R.R. Tolkien es considerado por muchos una figura clave de la cultura contemporánea. Sin duda, El Señor de los Anillos es mucho más que la trilogía cinematográfica de Peter Jackson. Para algunos, es también más que una obra literaria.

El mito vive en el siglo XXI

John Tolkien ya no necesita presentación, y a sus cientos de miles de lectores españoles se han unido los millones de espectadores de la trilogía épica que Peter Jackson ha dirigido. Se ha culpado a Jackson de infidelidad a la obra escrita -como si el cambio de soporte no obligase a un cambio de estilo comunicativo- y se ha llegado a criticar la falta de originalidad de Tolkien, que evidentemente tiene ilustres predecesores. Críticas que, por otro lado, no han hecho mella en el público.

El éxito de la Trilogía, y especialmente el triunfo de esta tercera película, ha venido a demoler uno de los mitos culturales del siglo pasado. En efecto, Tolkien no es, ni pretende ser, «original», como no es original su adaptación cinematográfica. El fenómeno Tolkien se basa, precisamente, en la fidelidad a una tradición cultural y espiritual mucho más que milenaria, ajena a todo individualismo y a todo divismo. Ayer, desde la incertidumbre de Cirith Ungol hasta el triunfo, pasando por la desesperanza de Gorgoroth, esto se hizo evidente.

Las historias de las que se nutre Tolkien son eternas e impersonales, y sus ecos se encuentran desde el Kalevala finlandés hasta su amado Beowulf, desde la Ilíada hasta los Evangelios. No se trata -ni en la obra escrita, ni en la obra filmada- de afirmar novedades, sino de transmitir una sabiduría eterna, que es mucho más que mera literatura o que cine en estado puro.

Tolkien no crea, sino que recrea; no trata de hallar una forma brillante o atractiva -aunque lo logre- sino de reunir y renovar con apariencia de ficción fantástica y novelada el conjunto de mitos que siempre ha sustentado la cultura europea. Escéptico ante la absolutización moderna de la razón individual y de la originalidad, el profesor Tolkien re-creó un mundo secundario en el que viven, entrelazados por lenguas insólitas y por recuerdos nebulosos, las sombras de Aquiles, de César, de Carlomagno y de Godofredo de Bouillon. El «Libro Rojo de la Frontera del Oeste», que como ficción literaria es el eje del relato, no sólo es un recurso literario: es también una manera de colocar en un pasado fabuloso una serie de mitos ejemplares, destinados a florecer en el presente y en el futuro, más allá de la personalidad del creador.

Nuestro siglo necesitaba a Tolkien, y seguramente Tolkien necesitaba ser llevado al cine. Frente al relativo desdén de Hollywood, el Círculo de Críticos de Cine de Nueva York eligió el pasado lunes El Retorno del Rey como la mejor película del año. Estos galardones están considerados como una alternativa a los Oscar en la que se valoran sobre todo cuestiones estéticas sin presiones comerciales. Que tanto Tolkien en su modestia como Jackson en su fidelidad han logrado su misión viene demostrado por el éxito. Éxito de público, como ayer pudo verse en todas las ciudades españolas; pero éxito moral, sobre todo, porque el heroísmo, el sacrificio, la abnegación, el amor y la lealtad han encontrado un nuevo y triunfal vehículo para llegar a una generación que, como todas, y pese a la corrección política y cultural, necesita esos principios.

Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.