Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
Marruecos es, por su posición y por su naturaleza, un rival de España. Si percibe debilidad en vez de firmeza la rivalidad se convertirá en enemistad, y el coste será inmensamente mayor.
Pasada ya la resaca del viaje presidencial a Marruecos es hora de hacer balance. La prensa más pancartera insistió con notable esquizofrenia en denunciar, por una parte, el fracaso y la inutilidad del viaje, para insistir después en la necesidad de haberlo realizado dos años atrás. En medios gubernamentales se subrayó, simplemente, el alto nivel del encuentro y la importancia de los temas tratados.
Que el interlocutor es inevitable para cualquier Gobierno español es evidente. Que los temas pendientes son cruciales también. Con Marruecos tenemos pendiente un amplio abanico de cuestiones, ya que nuestro vecino del Sur es el principal exportador a nuestra patria de drogas, de inmigrantes ilegales y de terroristas islámicos. Por otra parte, ocupa una vieja provincia española -el Sahara- contra todas las normas de Derecho Internacional, ocupa nuestros tradicionales bancos de pesca y nuestra plataforma continental de imprevisibles recursos económicos, mientras que no renuncia a ocupar Ceuta, Melilla y las Canarias; esto por no mencionar la peligrosa retórica andalusí. Y Marruecos es un país en crisis económica, que corremos el riesgo de pagar, y en crisis política, con una monarquía absoluta y antidemocrática que, si es internacionalmente poco fiable, menos aún lo es para sus súbditos, en especial para los de lengua berebere.
Era necesario hablar con Marruecos, y Aznar quiso hacerlo en una precisa coyuntura internacional: nunca la posición relativa de ambos países en el contexto de las naciones, en las últimas décadas, ha sido más favorable para nuestro país. Una España acobardada y sumisa en Europa y en el mundo pudo prestarse al equívoco de Perejil. Desde aquel tanteo, España ha cambiado de rostro, y con ese rostro se acudió a Marrakech.
El presidente del Gobierno, José María Aznar, dio por recuperada la normalidad en la relación con Marruecos. Los principales acuerdos alcanzados en el marco de la cumbre fueron el Acuerdo Económico y Financiero por valor de 390 millones de euros, la coordinación en materia de migraciones y los acuerdos en materia antiterrorista. Por el primero, Marruecos se ha convertido en el primer destinatario mundial dela inversión española; por el segundo, se han cruzado muchas buenas palabras pero las cosas aún no han mejorado en absoluto, salvo por las modificaciones legales operadas en España; por el tercero, aunque con la sombra amenazadora de Estados Unidos, Rabat aún no ha hecho lo que puede y debe hacer.
El viaje fue un éxito, pero los éxitos aún no se han concretado y sólo se deberán a la firmeza. Firmeza diplomática, firmeza comercial, firmeza policial y, sin tapujos, firmeza militar. Marruecos es, por su posición y por su naturaleza, un rival de España. Si percibe debilidad en vez de firmeza -recuérdese a José Solís, recuérdese la UCD, recuérdese a Felipe González- la rivalidad se convertirá en enemistad, y el coste será inmensamente mayor. Aznar lo sabe, Zapatero lo ignora, Rajoy debe recordarlo.
Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.