Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.
El caso estadounidense de EEB ha desatado la previsible oleada histérica. Aunque se adopten medidas para contener los efectos de esta enfermedad en este momento, la raíz del problema sigue viva.
En el clima mediático de alarma por la alimentación, reavivado con el descubrimiento del primer caso de encafalopatía espongiforme bovina en Estados Unidos, en Europa se impuesto una curiosa autocensura, o censura selectiva. En algunos ambientes se oculta a duras penas la satisfacción por la sucedida, que puede pasar por ser una justa compensación por la actitud de Washington cuando la enfermedad se extendió por la Unión Europea.
Realmente, con pocas excepciones, la carne europea se produce exactamente como la norteamericana, y por consiguiente corre los mismos riesgos sanitarios. Riesgos que la población percibe sólo a ráfagas, siguiendo crisis y escándalos -la dioxina primero, la EEB después, las modificaciones genéticas siempre- pero sin modificar ni sus patrones de consumo ni su orden de prioridades en el sector agroalimentario.
Quien visite una granja norteamericana no encontrará diferencias importantes con una factoría europea. Aquí como allí, además de los logros de siglos -selección racial, personal cualificado, higiene- se acumulan los imperativos productivos de nuestro siglo -los piensos para una alimentación forzada, la química y la farmacia, la paradójica deshumanización dela alimentación humana- El resultado es ambiguo a ambos lados del océano: una alimentación muy barata (relativamente más barata y abundante en el mundo occidental que en ningún otro momento de la historia) pero percibida con desconfianza (con más desconfianza que nunca, habida cuenta de la situación) .
El caso estadounidense de EEB ha desatado la previsible oleada histérica, atenuada esta vez por las festividades y por la distancia. Sin embargo, aunque se adopten medidas para contener los efectos de esta enfermedad en este momento, la raíz del problema sigue viva.
¿Es la libertad de los mercados alimentarios la solución de estos problemas? Teóricamente sí, ya que los consumidores podrían elegir los productos más sanos y adecuados, de tal modo que los alimentos más insatisfactorios, desde el punto de vista cualitativo, sería retirados por el mismo mercado, si intervención de las autoridades.
Este planteamiento tiene defensores muy cualificados, incluso en Europa, incluso en España. La lucha de las grandes compañías -y de algunos legisladores- contra las normas de calidad, los controles de origen y las denominaciones calificadas son una muestra de esta ideología. Que además de ser ideología es un buen negocio, para algunos.
No obstante, sucede que los grandes escándalos estallan precisamente allí donde la producción es más libre, donde el mercado tiene menos controles, donde -en suma- la ideología ultraliberal y los intereses de las compañías transnacionales de la alimentación han avanzado más. Allí donde la producción de alimentos es entendida como simplemente un negocio más, en lugar de ser un servicio esencial de la comunidad y una tradición milenaria, la vida de los hombres y de los animales corre más riesgos. Riesgos que, además, nuestra creciente distancia del mundo campesino nos impide distinguir y denunciar. Riesgos que, sin embargo, los Gobiernos deben impedir.
Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de diciembre de 2003.
Publicado en El Semanal Digital.