Una oportunidad histórica: claridad ante un futuro incierto

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

España ha vivido durante los últimos siglos condicionada por sus traumas colectivos. Un país ensimismado y dividido por conflictos civiles difícilmente puede representar un papel digno, y menos aún en el mundo de las libertades y de la democracia. España, y Navarra dentro de ella, vio pasar el siglo XIX a la sombra tenebrosa de la pérdida del imperio, de la Guerra de la Independencia y de las posteriores guerras civiles. Guerras civiles que, con otros matices pero mayor crueldad, llegaron hasta el siglo XX.

Sin embargo, el siglo XX ha terminado con una España diferente. Desde luego más rica, más satisfecha, con mayor bienestar material objetivo y relativo; opulenta incluso, o al menos perfectamente situada entre las sociedades europeas más desarrolladas. Pero el cambio ha sido sobre todo moral. La España ensimismada en sus odios, sus querellas y sus miserias ha desaparecido. Los españoles no se avergüenzan de serlo, y ya no hay -o casi no hay- «dos Españas». En este sentido, el país ha vuelto a ser un país normal, un gran país con voz propia y con intereses propios con los que se deben contar. El patriotismo, como adhesión a la nación y a su destino, ya no divide, sino que une.

Hay en esto un preocupante lastre de excepciones, de incomprensibles nostalgias de los siglos de fractura social y de guerra civil. Y la fuerza más notable en este terreno es el nacionalismo vasco. Frente a la Navarra que camina resueltamente en España hay una voluntad antihistórica, minoritaria pero nada despreciable, de volver atrás, de resucitar viejos fantasmas, de reabrir viejas heridas; porque hay fuerzas políticas cuya razón de ser son esas heridas, y si no existen deben crearlas, y si nunca existieron se acepta rescribir la historia.

Contra la lógica de nuestro siglo, contra los logros colectivos de las últimas décadas, contra la voluntad española de no ser nunca más un país de segunda o tercera fila por la división de sus ciudadanos, se alza el independentismo vasco. Sus argumentos no convencen, ni en el fondo quieren convencer. Pero su fuerza social es sólida, coherente y unívoca, cosa que no siempre puede decirse en otras latitudes. Y su proyecto político, aunque no esté basado en hechos del pasado ni del presente, sino más bien en una voluntad ciega, tiene la enorme virtud de trascender las siglas, los intereses personales y las banderías partidistas. Minoría social, minoría política, insustancialidad objetiva, pero enorme coherencia interna y firme voluntad comunitaria que suponen, en suma, un reto singular para la Navarra y la España de 2004.

La debilidad, división e incoherencia de un bando hace la fuerza de su adversario, si no comparte esas características, por mucha que sea la diferencia en votos. El independentismo, ciertamente en Navarra, es un solo sujeto político, y su mayor baza es precisamente su apariencia de debilidad y la división de sus rivales. Se avecinan para Navarra esos «tiempos recios» de los que ha hablado Víctor Manuel Arbeloa. Ante ellos, ante un abismo de conflicto civil sacado de otra época ¿qué hacer?

La cuestión es -guste o no- que un bloque cultural, social y político compacto plantea hoy una alternativa de ruptura y de confrontación, a la sombra de ETA y del poderoso PNV vasco. Y que frente a él está la mayoría de los navarros, pero políticamente divididos, culturalmente desarmados, socialmente fragmentados. La mayoría no siempre vence; se trata de dar a esa mayoría una razón de unidad, un proyecto común que impida un nuevo desastre nacional. Ese proyecto es España, y es la libertad. Tal vez sea hora de recordar a Mariano Ansó, republicano navarro de 1936, que habló de la libertad, «no menos tradicional en la tierra de los Mina que otras tradiciones acaparadoras del vocablo, sin mayor antigüedad, razón ni derecho» .

Navarra, esencialmente española y esencialmente libre, puede exigir a sus políticos claridad. En el nombre de la Nación, la ha pedido Federico Jiménez Lozanitos. En nombre de las generaciones que fueron y de las que serán, de la historia y de la verdad, cabe pedirla. Incluso exigirla: los partidos y las personas que no compartan el proyecto independentista tienen el deber en los próximos meses de subordinar sus legítimos intereses y opiniones al interés general de la comunidad. Un siglo de dolor y de conquistas está en juego.

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.